Dr. Raúl Luis Calvo: El sentido de una vida
Por LUIS RAÚL CALVO
Cerramos el tercer número de nuestra revista con una realidad dolorosa para quien esto escribe y para todos aquellos que lo conocieron. El pasado 12 de septiembre, falleció en esta Capital, a los 71 años, el Doctor Raúl Luis Calvo, médico de reconocida trayectoria, por sus cualidades humanas y profesionales.
Por muchos motivos, a partir de este número, “Generación Abierta a la Cultura” pasa a ser una publicación en homenaje a su memoria y a la obra que realizó en vida.
Decía Osvaldo Moro en el número anterior de nuestra revista: “La historia de una obra es la historia de un individuo, también. Hay obras que no son posibles sin determinados individuos”.
Tomo estas palabras del creador de “Informal”, por que fueron las primeras que vinieron a mi mente, a raíz de la muerte de mi padre, y porque encierran un grado de verdad irrefutable.
Cada individuo toma una posición frente a la vida, y en última instancia, hay una elección particular que lo diferencia del otro.
Somos lo que podemos, de acuerdo a nuestras posibilidades, pero también en función de nuestras convicciones más íntimas.
Los que dignifican las actitudes humanas son los hombres através de sus obras, y éstas son posibles gracias a ellas. Pero para que esto suceda hay que tener muy en claro cual es el sentido de nuestro “ser en el mundo”.
Mi padre tuvo convicciones muy profundas.
Médico, con una notable formación académica, respetó el juramento hipocrático como un verdadero mandamiento.
Fue el médico de cabecera de muchísimas familias que siempre contaron con el, no importara el tiempo, la distancia, la hora de llamada, o la no posibilidad de pagar la consulta.
Quizás un exceso en desmedro de su propia vida, pero acaso, ésta tenía que ver con ese desprendimiento hacia las necesidades del prójimo.
Llegó a Funcionario de Salud Pública, en un cargo muy difícil: Presidente de Tribunal Médico. Siempre la honestidad, la legalidad, acompañadas del factor humanitario y de un nivel de conocimiento supremo.
Sus inquietudes no se agotaron en la profesión. Fue un apasionado lector de temas tan diversos como fascinantes: Medicina, Historia, Religión, Arqueología Psicología, Geografía, Arte, Literatura, etc. En síntesis, una capacidad para abordar tan diferentes temáticas que lo convirtieron en un hombre verdaderamente culto.
Buen esposo, padre consejero y amigo, amó a sus nietos de un modo muy particular. Su gran obsesión era la unión de la familia.
Consciente de la enfermedad crónica que lo aquejaba, supo sobrellevarla con una entereza admirable. Quizás par eso, su frase preferida era: “No te des par vencido ni aún vencido”, de Almafuerte.
A pesar del sufrimiento que la misma le ocasionaba, siguió trabajando como de costumbre, en un acto de coraje poco frecuente.
En los últimos 15 días, el cuadro se agravó y confesó que el final se acercaba. Comenzó a despedirse de le gente, de su familia. “El viaje sin retorno se avecina”, me dijo con una serenidad que me dejó duro en el asiento.
Fue el primer lector del segundo número de nuestra revista, a menos de 48 horas de su muerte, en un gesto de grandeza qua me va a acompañar mientras viva. Vencido como estaba, se puso los anteojos y leyó con el ánimo suficiente como para marcarme aciertos y sugerencias para al futuro.
No fue perfecto. Se equivocó como cualquier ser humano. Lo que lo caracterizó fueron sus virtudes, no comunes en general.
Como me decía el Dr. Amorín, un gran amigo suyo, hace unos días: “Pocas veces ví morir a alguien tan dignamente como a tu padre”. Es cierto. Pero que pena grande que se haya ido.