Los unos y los otros: “Homenaje a un adiós”
Por ALICIA PASTORE
Me pregunto cómo será un país inoculado de tristeza, tristeza de los resentidos, tristeza de los convencidos, tristeza de los tristemente educados.
¿Qué sentirán los chicos -sabiamente decididos a jugar en medio de todas las pérdidas?.
¿Con qué incentivo estudiarán los adolescentes?. ¿Qué ancianidad esperarán los viejos?.
¿Con qué ganas continuarán los que trabajan?.
¿Quiénes se salvarán de la parálisis en un país invadido de tristeza por los detractores del esfuerzo de su prójimo?.
Tienen derecho a expresarse, a publicitarse, a criticar a los que se equivocan, a los que elaboran, a los que procesan, a los que sueñan, a los que se fundan, a los que se reconocen, a los que vuelan por encima de sus pedazos.
Tienen derecho y la posibilidad de ser solidarios más allá del análisis, más allá de la crítica, más acá de lo irreversible.
A lo que no tienen derecho es a pontificar; a erigirse en moldes, a creer que marcan la medida de lo justo (justamente lo justo que no tiene medidas); a decidir si tal o cual destino le queda mejor a otros hombres; a establecer el modo de felicidad de los otros.
Se vive sobre un país o dentro de él.
Si se elige vivir dentro, se empieza por emprender el difícil trabajo de la comprensión histórica. Quien quiera que sea el intelectual que pretende encontrar soluciones para su país, debe introducirse en su folklore -palabra de origen inglés (folk: gente, pueblo; lore: enseñanza, conocimiento) que designa al conjunto de tradiciones, creencias y costumbres populares.
Se aprende de lo popular y ese es el punto de partida.
Del mismo modo en que es impracticable el amor si no se conoce lo que se ama, es imposible el encuentro de las partes que conforman cualquier hecho cultural; y la cultura se convierte en el vehículo en el que viajan las necesidades, deseos y frustraciones de quienes tienen acceso a los medios sin tener en cuenta, a los otros: el país que juega, que estudia, que trabaja y que espera.