Julio Cortázar: “Homenaje a un adiós”
Por SUSANA TORRALBO
Escritor fantástico. Autoexiliado político. Boom latinoamericano. Hombre comprometido. Estos son algunos adjetivos que podrían comprender parte de la vida de este hombre, de este escritor argentino quien logró tanto la renovación como la revolución dentro de nuestras letras.
Es en la década del 60, con la aparición de “Rayuela”, la novela que cambió la historia de la literatura argentina, la novela que abrió nuevos horizontes, nuevas búsquedas, que propuso otra moral, otra forma de ver e indagar sobre las cosas, que incluía el surrealismo, el jazz, el juego y hasta una nueva manera de leer, donde Cortázar encuentra el primer lugar entre los intelectuales argentinos que se nucleaban por los alrededores de la Facultad de Filosofía y Letras y los teatros independientes, buscando nuevas corrientes, nuevas perspectivas artísticas.
Así aparece esta figura tan necesitada en esa época, alguien que dentro de la magia de sus escritos también dejara entrever una posición política, un compromiso social que lo ubicara dentro de ese mundo convulsionado, como un artista preocupado por los momentos que le tocaba vivir.
Por esta época, ya había viajado a Cuba y en Casa de las Américas, escribe: “Creo que el escritor revolucionario es aquél en quien se fusionan indisolublemente la conciencia de su libre compromiso individual y colectivo con esa otra soberana libertad cultural que confiere el pleno dominio del oficio. Si ese escritor, responsable y lúcido, decide escribir literatura fantástica o psicológica, o vuelta hacia el pasado, su acto es un acto de libertad dentro de la revolución y por eso también es un acto revolucionario”.
Pero con el correr de los años las mentalidades cambian, las ideas evolucionan y así los intelectuales argentinos comienzan a cuestionarlo, a preguntarse porqué continúa en Paris, porqué no se compromete más con nuestros problemas desde dentro, viviendo en su patria y se cuestiona también si sus viajes a Cuba y Nicaragua, sus adhesiones a la problemática latinoamericana no será una postura cómoda de quien tiene su residencia en Europa.
Y todo este cuestionamiento no se debía en sí a que Cortázar se hubiera olvidado de su patria ya que en toda su obra hace constantes referencias a sus barrios, sus esquinas, sus bares, sus modismos y su gente aunque de una perspectiva lejana, como de alguien que está pero a la vez no se lo puede ver cotidianamente, salvo en alguna que otra circunstancia en que regresaba por un breve lapso. Pero también estas visitas tuvieron su fin, allá por el año 78 cuando al querer publicar su libro “Gente que anda por ahí” solo se le permite hacerlo si se suprimen dos cuentos y es entonces que no lo acepta y este volumen aparece en México.
Es quizás a partir de este hecho, cuando Cortázar comienza a referirse a su exilio cultural y no sólo físico y así en su artículo titulado “América Latina: exilio y literatura”, escribe: “…me incluyo actualmente entre los innumerables protagonistas de la diáspora. La diferencia está en que mi exilio sólo se ha vuelto forzoso en estos últimos años (…) Al exilio que podríamos llamar físico habría de sumarse el año pasado un exilio cultural (…) Un exilado es casi siempre un expulsado, y éste no era mi caso hasta hace poco.
Quiero aclarar que no he sido objeto de ninguna medida oficial, y es muy posible que si quisiera viajar a la Argentina podría entrar en ella sin dificultad; lo que sin duda no podría es volver a salir (…) mi reciente exilio cultural, que corta de un tajo el puente que me unía a mis compatriotas en cuanto lectores y críticos de mis libros, ese exilio insoportablemente amargo para alguien que siempre escribió como argentino y amó lo argentino…”
En estas frases de Córtazar podemos dejar entrever su gran amor por lo suyo su gran dolor por no poder seguir compartiendo con su público y considero que el hecho de
que si tendría que haber regresado a su patria para luchar desde dentro, no sé, tal vez no sea lo fundamental para cuestionar a un gran compatriota. Debemos recordar que los que se quedaron aquí durante tan difíciles momentos de nuestra vida, de pronto también tuvieron que acallar sus voces e internarse en lo más profundo de su ser para poder sobrevivir. Y así quizás, él desde afuera haya podido decir más cosas y comprometerse más con toda la situación latinoamericana. Creo que en el fondo no somos quiénes para juzgarlo y sí recordarlo a seis años de su muerte como a uno de los hombres que tanto dio a las letras de su país e hizo que se nos reconociera mundialmente.
Hasta siempre, Julio Cortázar.