Un recuerdo para Jorge Enrique Móbili
Por ANTONIO ALIBERTI
RIGOR EXPRESIVO
“…más tarde -tres horas después de cuando dijo-
iba a venir Trejo, quisquilloso, con los anteojos de otro mundo,
de su música atonal y de una cena acongojada
y después de vadear entre patillas encontraríamos a Birri,
y una mención se hace de Podestá -muy siglo dieciocho-,
de Nicolás Espiro y su poesía militar, puro bigote,
sobre la palidez y la aflicción, y la ciencia y el café;
de Aguirre, que llevó otras veces nuestro porvenir a las imprentas;
de Edgar Bayley, que llegó al estaño como un regimiento
(de hablar de mí me encargo yo);
de los parpados a media melancolía de la Orlando,
y de otras tantas que aroman la pleamar entre las faldas,
cuando cae el vino de lo alto y espanta los insomnios…
…y de la garza que le corre por el cuello a Raquel Colombres,
de los labios y de los ojos,
de los labios que le sube la infancia,
y del ritmo y el salitre que ella ha ofrecido a su dios amarillo…”
Así escribía Jorge Enrique Móbili, una curiosa descripción de la vida literaria de los años cincuenta, en un largo poema fechado en 1952. Eran los años de Poesía Buenos Aires, el grupo que en setiembre de 1950 se puso en contacto con el público con la presentación del número 1 de la revista del mismo nombre y más tarde, en setiembre de 1954, en el teatro Florencio Sánchez, organizó un acto que tituló: “Presentación de la Nueva Poesía Argentina: la generación última”, teniendo como telón de fondo, “La zapatera prodigiosa”, obra que por entonces se presentaba diariamente en el teatro. Las palabras que se dijeron esa noche, entre el bullicio de muchas voces juveniles, podrían resumirse en su intención más íntima: “La mayoría de los poetas que hoy presentamos ha debido trabajar en condiciones difíciles y afrontar la ruptura con la poesía tradicional…
La búsqueda de un lenguaje nuevo es, quizás, la aventura más dramática y significativa de estos poetas. Hoy, esa aventura se encuentra en su punto culminante: aquel en que, a la sola necesidad de innovación y ruptura, que fue su preocupación inicial, sucede la de integrar en ella la esencia inmemorial de la Poesía”.
Raúl Gustavo Aguirre y Jorge Enrique Móbili eran sus mentores y, junto a ellos, una veintena de poetas, entre los que se cuentan el recientemente fallecido y entrañable Alberto Vanasco, Mario Trejo, Ramiro de Casasbellas, Rodolfo Alonso, Jorge Carrol y Nicolás Espiro, que más tarde, ante el alejamiento de Jorge Enrique Móbili, acompañaría a Aguirre en la conducción, que, posteriormente, sería responsabilidad total del poeta de “Señales de vida”.
Pero es curioso el caso de Jorge Enrique Móbili. Nacido en Buenos Aires el 2 de marzo de 1927, fue el gran entusiasta que acompañó a Aguirre en la concreción de la idea y su puesta en marcha. Sin embargo, su temperamento lo llevó a polemizar el rumbo que Poesía Buenos Aires debía seguir, siendo su intención seguir ahondando en la investigación de nuevas formas y seguir siendo adalides de una vanguardia siempre nueva. El criterio no fue compartido por Raúl Gustavo Aguirre y el alejamiento de Móbili se concretó. El propio poeta declaró que: “Hubo algunas cosas que no me gustaban, los manifiestos, por ejemplo. En toda familia hay peleas y discusiones, pero eso no quiere decir que me haya alejado totalmente. Siempre mantuve buena relación”. Los manifiestos aludidos por Móbili son: uno de Edgar Bayley, otro de Wolf Roitman.
Jorge Enrique Móbili había integrado antes el staff de la revista “Contemporánea”, que dirigía Juan Jacobo Bajarlía. Con ellos también estaban Mario Trejo, Bayley, Madariaga y Juan Carlos Lamadrid. De allí a la experiencia de Poesía Buenos Aires había sólo un paso. En el primer número, ocho páginas tamaño tabloide, aparece en la tapa una nota titulada El poeta sin firma; en la página 2 sendos editoriales firmados por los dos directores y otro titulado Carta a nosotros mismos, aparentemente un trabajo a cuatro manos. Luego siguen poemas de Juan Carlos Aráoz Lamadrid, Edgar Bayley, Mario Trejo, Raúl Gustavo Aguirre, Jorge Enrique Móbili, un homenaje a Guillaume Apollinaire en poemas firmados por Trejo, Móbili y Aguirre y un trozo de una charla de Móbili. Antes, en la página destinada a Bayley, se leen dos notas: una de Móbili sobre el poeta invencionista y una nota sobre el invencionismo del propio Bayley.
El editorial de Jorge Enrique Móbili expresa algunos conceptos que habría de reafirmar en su conducta futura: “Nos proponemos dar a la poesía un aire de novedad, de lumbres arriesgadas, de continuidad, de madurez, de absoluto frente a todas las actividades subyacentes del pensamiento humano… Nuestra iniciada publicación tendrá caracteres antológicos de la poesía que, viviendo hoy, sin miedo a la novedad con que se presenta, se propaga y azota. Los lectores tendrán así los libros con su sacudida aún no exhumada por el tiempo y, con mejor presencia que en la publicación individual, las distintas fases tonales que en la publicación de cada poética y de cada uno, en su esfuerzo y en su paradoja.”
Móbili codirigió la revista hasta el número 3. En los dos siguientes Roitman tomó su Lugar, para en el número 6 aparecer con tres directores, los ya citados Aguirre y Roitman con el agregado de Espiro; del 7 al 15 quedan al frente Aguirre y Espiro. Más tarde queda sólo Aguirre del 16 al 20. Luego, del 21 al 24 llega Edgar Bayley, y del 26 al 30, fin de la revista, queda nuevamente solo Aguirre.
Pero lo extraño en Móbili es que tras el alejamiento de la revista y de las actividades del grupo, cae en una suerte de desencanto y, prácticamente, desaparece de los ambientes literarios. Sus publicaciones no son muchas. Publicó: “La raíz verdadera” (1947); “Elegía” (1948); “Oeste” (1949); “Convocaciones” (1951); “Cámaras” (1957). En Los últimos años comenzó a hacerse presente con unas carpetas armadas por él mismo, cada una de las cuales presenta unos pocos poemas que distribuye entre los amigos. Citemos entre ellas: “Presencia de Tomas”, “Otra fotografía”, “De última”, “Los parques lejanos”, “Postales”, “Nocturno”, “Amor no te mueras”, “La cueva del pensamiento”, “El océano”… Una manera, al fin, de resistirse al olvido.
Móbili procede del formalismo, aunque con atenuantes. Libros como “Elegía” y “Convocaciones” definen por sí mismos a un poeta exuberante, de apasionados acentos que desembocan en imágenes y metáforas aisladas que confluyen en un estilo que busca con denuedo la originalidad: una manera de ser individualizado entre muchos, no repitiendo esquemas y siempre dentro de una modalidad de vanguardia, escuela sin escuela que distinguió siempre a su poesía.
Hay en los versos de Jorge Enrique Móbili un rigor expresivo que se enlaza a vibraciones profundas, transfiriéndolas a un mundo de palabras ricas y estremecidas. Sus símbolos son apretados, pero rebosan una caudalosa vena humana. Sin embargo sus libertades formales no son desmedidas, siendo lo suficientemente abiertas para dar rienda suelta a una fantasía generosa que, a no ser por el distro manejo del lenguaje, correrían el riesgo de caer en lo sentimentaloide. Lo que dice a las claras que, pese a la autopregonada libertad de creación continua de vanguardia, hay en el poeta, desde sus primeros versos, un autocontrol que le otorga madurez temprana, vigilando que su poesía no experimente caídas profundas, dando prioridad al pensamiento: “Vale más este aroma que pasa, / esta criatura sin voz, / este rumor de sueño pegado a la tierra / en su impotencia y su larga congoja, / que destrozar el pensamiento esperando la aurora, / que la metafísica buscando lo justo, lo frío, / lo desnutridamente exacto entre la historia” (“La raíz verdadera”).
Hay una enorme fuerza vital en la poesía de Jorge Enrique Móbili que se descubre en el ejercicio para el hallazgo de los amores, las equivalencias y las imágenes. Esa fuerza controlada desde adentro le permite expresarse con imágenes extensas y sugestivas, ante el contacto deslumbrado del mundo: “Me beberé la noche / hasta encontrar el gusto de la aurora” – “Del mar me acuerdo / que un día entumecido / trajo muslos y mejillas de niños / a la orilla de la noche” – “Yo no conozco nada / de los hombres / me imploráis trabajo, sol / simiente / y la esperanza entra a dormirme / en un río tácito. / El olvido, el olvido / el olvido / sin dueño de mi voz / con la sospecha de mi nombre / perdida entre mis dientes / como zarza entre lechos de huesos infantiles”.Que Jorge Enrique Móbili extrañaba el contacto con sus amigos poetas, la posibilidad de conocer a otros que fueron creciendo fuera del círculo estrechamente familiar, lo dice la alegría de que hizo gala una noche de agosto de 1992, en una charla informal que mantuvo conmigo frente a un grupo de amigos en el Café Montserrat, de San José y Venezuela. En esa oportunidad leyó varios poemas y, sobre todo, habló largamente sobre su poesía y su pensamiento siempre en el campo de la poesía: la Poesía seguía siendo una forma de vida, un acto generoso de la naturaleza que llenaba todas las horas del día. Lo vimos contento, feliz. Se lo dijimos y le reprochamos que se hubiese apartado tan bruscamente de esos encuentros tan necesarios para no quedarse a solas con el entripado, para no ahogarse con los versos dichos sólo frente a un espejo que refleja apenas una parte ínfima de nuestras necesidades. Le arrancamos la promesa de un replanteo y la seguridad de la publicación de un libro en pocos meses. No pudo ser. A los pocos días cayó enfermo y un par de meses después falleció. Me quedó, al menos, el consuelo de haber podido darme unas horas de felicidad. Si bien no volví a verlo, estoy seguro de que, hasta el momento de caer enfermo, debe haber soñado como cuando joven, ante la perspectiva de la publicación, seleccionando los cientos de poemas inéditos, tratando de darle forma y coherencia al conjunto de un libro. Así lo veo aún ahora: desbordante de alegría por haber recuperado lo que ya creía irrecuperable. Diciendo en voz alta aquellos poemas de “Adolescencia”: “Quien pudiera / evadirse de la tierra! / Oh si la noche fuera un potro / buscando jinete!”
PEQUEÑOS POEMAS PARA NINOS HUERFANOS
por JORGE ENRIQUE MÓBILI
1.
la casa que nunca nos habitarán los padres
es un trigo violento en la memoria
un potencial de ciencia hendido en el milagro
pero nada ha cambiado
me gusta escuchar las voces de la calle cuando pienso
si alguien repite la misma fábula no me importa
si el cielo cae en la boca de otro no me importa
si es un pan lejano el que salva el porvenir
será mi único orgullo mi única inocencia
sólo me queda ser niño a mí también
por la primera vez bajo el timbre de la sangre
maestro y niño
para escuchar que estoy naciendo
y que llueve
sobre un follaje azoado en la memoria
2.
moneditas de calcio
hay que crecer tanto!
ella ha descubierto que los pájaros son sordos
y que por eso cantan hasta el exterminio
hasta llegar al día y a la muerte
donde la vida herroja su costra de pudor
este aire excesivo
3.
yo tenía un martillo para el mar
y ya
y nunca
también en el mar
ahora salgo a balear la noche
porque sé
porque puedo
porque sólo podrán matarme con sonidos
niños de todas partes
en todas partes
con el abismo en todas partes
lo único que florece es la calle
4.
saber viajar amar es demasiado
el mismo olor para todas las fábulas
la guerra con un número enorme en el zapato
niños siempre tendréis con qué beber
abro la ventana el mundo escucha y duerme
abro la ventana el cielo estremece los cristales
abro mis sueños el trueno del verano pasa erizado
cuántos dormirán con el mismo día en la cabeza
5.
dormir
un número una voz un cuerpo
pero la piel no alcanza para los presagios
en la tierra pequeña
en la pequeña uña del espanto
si nadie tiene padre
ni madre
ni palabra suficiente
para detener el verano de un día elegido.
(1992)