Armando Tejada Gomez
Memoria al viento
Por RICARDO GIMÉNEZ
Dedicado a: Gioriana, Paula Tejada y Dora Giannoni
«Con las palabras no se puede hacer otra cosa que palabras, decías Armando con tu voz de profundos silencios que se ha hecho CANCION en nosotros. El pueblo escribe en los muros sus angustias, amores, pancartas, sus pintadas callejeras. Hubo un muro llamado Armando, un muro escrito para todas las VOCES… («Tal vez hoy no recuerde / todo lo que hay escrito / en los muros del pueblo / donde todo está dicho.!»)
«Me ¡lamo Juan y no tengo / más que mi sombra en el mundo,/ pero como yo soy Juan / creo en la sombra que tengo.! ahí donde usted la ve / mi sombra es raíz del tiempo.» …
Vos sabías perfectamente que la memoria de Juan es la memoria del viento, lo que es decir un viento de la memoria. Una noche, conversando con tu hija Gloriana ella me confió muchas enseñanzas esenciales; entre ellas tu actitud inclaudicable ante las cosas. Eras de aquellos que se manejan en la vida con posiciones tomadas, eras de los que nunca arriaron sus banderas, no obstante eras la alegría de vivir, te levantabas y la vida se ponía en movimiento, con vos era imposible la tristeza.
Fuiste uno de los ocho pequeños entre los 23 Tejadas lanzados al mundo. Porque eras Huarpe y tu nombre original se trocó por el del encomendero; entonces era «Los de …» en tu caso los de Tajada. Tenias 15 años cuando lo mataron al Toto. Nunca más una siesta bajo los puentes. Ese día pensaste: «Mi hermano cayó porque además de pobre era ignorante y comenzaste a frecuentar bibliotecas, intimabas con Quevedo, Gardlaso, Darío, Vallejo, Neruda, Pablo de Roca, estante por estante. Hasta que conociste aL Martín Fierro, quien te enseñó que había que cantar con fundamento.
Lejos de tu tierra hiciste tuyo el pensamiento de León Tolstoy «Pirita tu aldea y serás universal», alentado por Dora ganaste el Premio Internacional Villa de Bilbao con tu novela «Dios era olvido» narrando acerca de tu pueblo y tu tierra cuyana.
Gloriana me contaba que una vez, cuando cumplió diez años, le regalaste un reloj con la siguiente dedicatoria: «Para que midas el tiempo de nuestro amor. Eras el dueño absoluto de los pequeños gestos, eras todo poesía aún en la cosa trivial («Uno se despide insensiblemente de pequeñas cosas / esas cosas simples que quedan doliendo en el corazón»…)
Decorabas tu casa con un placer por lo estético así como al descuido, descuidadamente armoniosa. Eras tierra, eras Huarpe, eras Armando, eras Juan, el anónimo y andabaz por todos los caminos en busca de los otros Juanes de las partes del país que al cabo es uno mismo, el pueblo del cual te nutrias en tu oficio de andar diciendo la poesía. Armando, los que detentan el poder y se creen dueños del destino intentaron silenciarte, te obligaron al exilio, pero al más doloroso. Prohibieron que fuera pronunciado tu nombre. Creyeron así confinarte al olvido. Pero no sabían que tu nombre era el de Todos, que eras Juan, eras la tierra, eras el Viento…
Una vez me dijiste, -la única que nos encontramos cara a cara, mesa y vino de por medio- que la máxima aspiración del poeta era la de pasar a ser un anónimo en la memoria colectiva y que s~ uns estrofa quedaba en las voces y cantos del pueblo, tu misión como poeta estaba realizada. ¡Cómo discutimos esa nochel. Me dijiste: «Te falta andar mucho camino para levantar la voz», en ese momento me llené de bronca, pero tenías razón. Nos despedimos con un abrazo; quedó marcado en mí a fuego.
Dorita y Gloriana me contaron la misma anécdota: Estaba en la Habana con Cesar lsella y el Quinteto Tiempo, cuando anunciaron el himno latinoamericano, de autor anónimo y para sorpresa y asombro tuyo y de tus acompañantes comenzaron a cantar «Canción Con Todos».
Eras la memoria de Juan, memoria del viento, eras un viento de la memoria.
«Y con las palabras se puede hacer todo, menos detener el viento».
MANUAL DEL TIGRE
(Fragmentos)
Fue en noches ateridas, fue en los ranchos famélicos,
en torpes petitorios donde el poema aullaba
que escuche al cazador corno un jadeo lejos
y al tigre, acorralado, que allá lejos jadeaba.
Bebí mi breve sopa como quien bebe olvido
buscando trigo o tigres o cereal o pájaros
y entonces entendí que, al revés de los pobres,
jamás tres tigres pueden comer del mismo plato.
En años de mirar el trigo devorado
y al pobre ser derruido y al sorgo corrompido
y padecer de cerca, de adentro, el gran despojo
a quo está sometido el orden natural
por el imperialismo
puedo escribir encima del tigre de papel
que sólo en el papel el tigre se somete
y que no sólo tiene los colmillos nucleares
sino las garras tintas de sangre de tu sangre
o mi sangre o la sangre que duele a la escritura
de los cables urgentes donde grita la vida.
Hay que romper el plato donde el tigre se ceba
y vuelve, ya nocturno, acometiendo al sueño.
Pateando, demoliendo sus sordas apetencias
con un látigo en llamas de ordenada violencia
donde una masa América le rompa los colmillos
y llene los tres platos del tigre con tres piedras.
Buenos Aires, 1972
Armando Tejada Gómez
ARMANDO TEJADA GOMEZ
……………………….A Gloriana y Paula
……………………….A Dora Giannoni
Busco en mi memoria
algún rastro de vos
Entonces…
Desde las cauces del viento
susurras en mi oído
gritas en mi alma
sacudes mi exilio
erosionando la roca
de mi indiferencia.
Vienes a mí
escaso cabello blanco
tu mentón poblado de sabiduría
terrestre vuelas, rodeando mi espíritu.
Tu voz de trueno
siempre poesía
llamando a tus hijas
para que no se pierdan
aquel glorioso amanecer
o la luna aureolada
de tormenta y ocaso.
Me imagino entrando sigiloso
en tu desierta casa
revolviendo tus libros
probándome tu gorra
para finalmente acostarme
sobre tu lecho
tratando de alcanzar
tu estatura humana.
—
Me quedo así
Pensándote
sintiendo.
—
Me quedo así
sabiéndome vivo.
—
Desde este momento
mi cuerpo
es tu hogar.
Ricardo Giménez