Marino Santa María
Un nuevo orden espacial
Por Rosa Faccaro
El expresionismo y laescritura pictórica europea y americana
Si estudiáramos la genealogía plástica en la obra de Marino Santa María, hallaríamos elementos que considera el espacio desde la mirada sostenida por la escuela pictórica norteamericana del “Pacífico” formada por los pintores de la Europa peregrina. Allí se destacaron los maestros como De Kooning y Arshile Gorky, creando los basamentos del denominado expresionismo abstracto. Entre estos artistas Jackson Pollock, creador de la “action painting” realiza una obra monumental basada en una escritura proyectada pulsionalmente sobre el soporte horizontal. La otra línea expresiva, iba a constituirse por los abstractos contemplativos inspirados en la filosofía oriental sobre el signo caligráfico y la consideración del vacío, allí se ubicaron Mark Rotkho, y Mark Tobey.
En Europa, en el campo de la literatura Henry Michaux retoma el fenómeno poético del gesto desde la escritura a través de sus experiencias gráficas cuyas anotaciones surgían directamente de la fluidez del inconciente, como un sismógrafo que sintetizaba estados de conciencia provocados por la experiencia liberadora de la mezcalina, similar al trance mistico de los que trabajaron inspirados en la práctica filosófica de los maestros Zen, historizada en la década de los sesenta, en las denominadas comunidades contraculturales.
La construcción de un nuevo espacio
La obra actual de Marino Santa María no está fuera de ese encuadre lingüístico. Su pintura gestual sostenida desde una construcción metafísica del espacio, anunciaba una problemática de la nueva abstracción informal.
El gesto se congela devuelto primeramente por superficies reflejantes, de láminas metálicas, hasta más tarde ceder a conformaciones sujetas a un ritmo orgánico interno, fluido, donde la materia se convierte en un “dripping” cuyo recorrido laberíntico busca hallar el espacio del silencio.
Silencio al fin, ausencia, camino que recorre el hilo conductor de la sangre que se expande, chorrea, se agiliza, se extiende, se contrae, tiembla, generando fronteras espermatozoideas de gestaciones móviles y fluctuantes, creando una traza laberíntica que afina la energía hasta sostener la telaraña de la fuerza pulsional que la hace visible.
Exhibición 1997 en el Centro Cultural Borges
En la muestra presentada en el Centro Cultural Borges, vemos dos instancias creativas en su obra. Las de pequeño formato indica un espacio vibratorio entre el gesto fluido, las aglomeraciones, el itinerario cerrado de la curva envuelta en sí misma y vuelta a despedazarse en cortes emblemáticos, o esa displicencia de la mancha que autoriza su inclusión cerrando cercos de luz, o acotando un desafío de espacio consumado por el fragor aquietado del tiempo.
Obras de gran formato
Son las obras de gran tamaño las que se encuentran dentro de esa problemática donde el espacio se convierte en protagonista. ¿Cuál sería el sentido de estas relaciones espaciales?, ¿De qué manera el artista arguye sobre la horizontalidad o sobre la verticalidad del soporte, descargando una energía vital cuya huella nos habla de la gestación?. Artistas como Paul Klee indagaron en esa médula constante del crecimiento vegetativo desde la semilla, y las constantes armónicas de la naturaleza, lugar donde también Mondrián investiga desde sus abstracciones ortogonales en cada intersección de fugas espaciales.
¿Dónde se halla el reflejo vital de esa huella, dónde el espejo del nombre cuya resonancia se siente como modelo de una realidad cósmica?. Marino Santa María usa el color como emblema, la vibración matérica como fluido que se escande a medida que se abren los surcos de un espacio para sostener la mirada que lo devela como radiografía, resonancia de una captación que mira desde la microfísica, desde la segunda ley de la termodinámica, aquella famosa ley de la entropía. Artista de los ochenta, Marino Santa María no está lejos de la problemática del segundo milenio, donde el hombre se ubica desde otro espacio, desde la criatura que lo contempla como un frágil sismógrafo de ubicuidad que anuncia y dispone de las huellas de la ley armónica a manera de una profecía. Desde una conciencia mineral, hacia una conciencia orgánica cósmica como hablaba el antropólogo Tehilard de Chardin.
Desde la organicidad en el camino de la cíclica razón biológica y cósmica de la vida, detenida como silencio y suspensión, hasta un nuevo renacimiento.