Niñas Descalzas
Por Fabiana Barreda
Es el 22 de enero de 1856, y a los veinticuatro años el joven Dogson, más conocido como Lewis Carroll -autor de “Alicia en el País de las Maravillas’- recibe su primera cámara de fotos.
La fotografía tenía tan solo diecisiete años de existencia, pero esta joven y mágica invención le dio a Carroll la llave de un secreto e intenso mundo amoroso.
La vida de este gran retratista fue marcada por el primer amor: Alicia Liddell, su más querida “amiga-niña”. Veinte años lo separaban de su adorada de tan solo cinco años, a la cual fotografió como una soñadora novia de cabellos coronados por flores blancas.
Pero la ansiada fantasía se quiebra trágicamente, tres años después de esta foto se rompen los lazos con la familia Liddell y Mrs.Liddell obligará a Alicia a romper todas las cartas del reverendo Dogson.
Desde ese instante una sombra oscureció la vida de Carroll, y una sucesión de nuevas “amigas-niñas” trataron de iluminar su decepción.
Como el BarbaAzul de uno de sus cuentos, elaboraba minuciosos planes para acercarse a ellas. Una vez logrado su objetivo, un maravilloso mundo se abría para estas jóvenes Julietas, su estudio como un castillo de cristal permitía fotografiarlas en cualquier momento, incluso en la escasa luz del invierno.
Juguetes mecánicos, cajas de música y un organillo eran el preludio de estas sesiones. Una vez conquistadas por una mágica fantasía las modelos podían ser capturadas por la cámara.
Disfrazadas de turcas, japonesas, campesinas o romanas, el disfraz preferido era un rústico camisón de franela, igual al de las siete hermanas menores de Carroll.
Así fue fotografiada la pequeña Irene Mac Donald, parada somnolienta junto a una silla, con su pelo suelto y sus pies descalzos.
Y he aquí el secreto, el camisón era la antesala del vestido de Eva, ya que la más pura belleza se hallaba en la auténtica desnudez.
Así comenzó su más espléndida serie de niñas desnudas o como él las llamaba : “niñas descalzas”. Sin temor y encantadoras ellas se dejaron fotografiar por su adorado mago, pero a pesar de los ciento siete retratos contabilizados, en ninguna foto alguna niña sonríe.
Todas poseen una profunda melancolía silenciosa, aquella que conoce y anticipa la triste despedida que le aguardaba a cada una.
Caroll amaba en ellas ese transitorio y fugitivo estado de la niñez, cada amiga-niña le era arrebatada por las incontenibles marcas del crecimiento y apenas esbozaba las líneas de un blanco seno, el fin de la relación advenía.
Condenado a este trágico destino de incesante búsqueda, tras cada fugaz amor quedó una imagen. Imágenes confiscadas por una cruel lectura moral que hizo desaparecer todas sus fotos de “niñas descalzas”.
Tan solo quedan en nuestras manos los retratos de sus amores velados por un disfraz ocasional; salvo el de su más amada “young-ladie” Alicia vestida de mendiga, con su ropa hecha harapos, su mirada desafiante y sus pequeños pies descalzos.