Charla con poetas: Gianni Siccardi
“El poeta debe preguntarse, qué puede hacer por la poesía”
Entrevista de Pablo Montanaro
Gianni Siccardi nació en Banfield, provincia de Buenos Aires, en 1933. A los ocho años descubre “la gran poesía” cuando su abuelo materno le regala una antología de la poesía universal con el propósito de estimularlo en la lectura “en serio”. Los poemas le fascinan al igual que el puñado de caramelos que su abuelo le regala cada vez que los recita de memoria y sin equivocaciones. “Me costaba memorizar esos poemas, y seguro que mi abuelo era conciente de semejante esfuerzo, pero me imagino su felicidad porque eso me obligaba a leerlos infinidad de veces”, recuerda Siccardi a sesenta años de aquel momento en que se dio cuenta que era la poesía lo que más le interesaba y a partir de entonces no se apartará jamás de ella.
Es autor de los libros: Conversaciones (1962), Travesía (1967), Ella (1989, reeditado en 1999 con el título Ella y otros poemas) y Fragmentos (1995). Preparó para el Centro Editor de América Latina las antologías de los poetas italianos Eugenio Montale (1987) y Salvatore Quasimodo (1988).
¿Qué otros descubrimientos le siguieron a ese contacto inicial con la poesía “en serio”?
A los veinte años me deslumbró la revista Poesía Buenos Aires que comenzó a publicarse en 1950 bajo la dirección de Raúl Gustavo Aguirre. En sus páginas descubrí a Oliverio Girondo, Juan L. Ortiz, Edgar Bayley; a los poetas franceses, Paul Eluard y Robert Desnos, y a los jóvenes surrealistas argentinos como Olga Orozco, Enrique Molina, Juan Antonio Vasco, Julio Llinás, Carlos Latorre y Francisco Madariaga.
No sólo Poesía Buenos Aires publicaba buena poesía sino también algunos de sus integrantes contaban con una particular visión y actitud frente al hecho poético.
Era la única revista de poesía seria que se publicaba por entonces. Hacia comienzos de los ’80 le mandé una carta a Aguirre en la cual le transmito la importancia que tuvo para mi formación su actitud ante la poesía. Me harté de los poetas que se preguntan: “¿qué puede hacer la poesía por mí?” Aguirre postulaba lo contrario: “¿qué puedo hacer yo por la poesía?”. Lo aprendí no sólo de Aguirre sino también de mis otros formadores: Edgar Bayley y Juan L. Ortiz.
¿Qué le transmitió Juan L. Ortiz?
Juanele es el gran poeta argentino. Ha sido el único que llega con certeza a lo poético. Por lo general su poesía no está separada de lo emocional. Su libro El alma y las colinas, publicado en 1956, representa el tipo de poesía espiritual y, a su vez, emocional.
¿Podría explicar esto de la poesía espiritual y emocional?
Existen cuatro niveles de poesía. La poesía sentimental en la cual se vuelcan los conflictos sentimentales, transformando al poema en una especie de diario íntimo. Este tipo de poesía no me interesa. En un segundo nivel ubicaría la poesía intelectual como la de Alberto Girri y Jorge Luis Borges, que para mí no son poetas. El primer libro de Bayley es absolutamente intelectual, intentaba escribir una poesía social y politizada. Otro nivel es la poesía emocional que no es intelectual ni tampoco es sentimental. Molina, Orozco, Vasco, Latorre y, Juan José Ceselli, han hecho este tipo de poesía que, por cierto, es dificil de abordar. En sus inicios Juanele escribió poesía emocionl pero jamás poesía intelectual y sentimental. El cuarto nivel es la poesía espiritual que la podemos observar en algunos libros de Aguirre y en menor medida en Juanele.
Su obra está basada primordialmente en lo vivencial ¿en cuál de estos niveles la ubicaría?
Podría situarla entre lo emocional y lo espiritual aunque no sé si alguna vez lo logré. Siempre repito una frase de Aguirre: “Yo no tiro del poema, el poema tira de mí”.
¿Por qué ha publicada tan pocos libros?
No soy de los poetas que se sientan a escribir poemas. Cuando lo hago es porque el poema está tirando desde hace rato. Soy lo opuesto a un poeta “profesional”. Por otra parte, me he dedicado más a leer que a escribir porque siempre tuve la intención de aprender.
Mi primer libro, Conversaciones, es de 1958. Son poemas escritos cuando trataba de asimilar lo que provenía de Poesía Buenos Aires; eso no quiere decir que lo haya asimilado. Por eso considero a Travesía como mi primer libro. En tanto, la primera edición de Ella se publicó en 1989. Está formado por poemas dedicados a mi mujer, escritos desde 1962 hasta su muerte en 1987. No sé por qué causa dejé afuera de esa primera edición poemas que luego decidí incluir en la segunda. Me considero autor de un solo libro, que es Ella.
De algún modo continúa el concepto de Rilke que postulaba que la poesía nace de la necesidad.
Surge de lo que podríamos llamar una idea poética, y no una idea de construcción.
A partir de esa idea poética, ¿cómo incorpora lo emocional y espiritual?
No puedo escribir si no estoy inmerso en un estado de gracia.
Estaría cercano a lo que Bayley llamó estado de alerta y estado de inocencia…
A ese estado de inocencia o de gracia, lo llamo estado alterado de conciencia. En un estado normal de conciencia podría escribir poesía sentimental o poesía intelectual. El estado de inocencia o estado alterado de conciencia, es comparable con el estado de revelación en el místico o al que se alcanza en el amor. El amor, el arte y el misticismo tienen ese punto de inflexión común que es el estado alterado. Uno desea volver a experimentar ese estado de felicidad altísimo e intransferible que se logra cuando escribe un poema. Se dice que la poesía logra expresar lo inexpresable; y lo mismo le ocurre al místico, que desea tener otra experiencia mística y no tanto relatarla.
El eje de sus poemas estaría dado por esos estados superiores. Pero lo que me parece interesante es el entorno de los hechos cotidianos, comunes y reales que se mueven alrededor de ese núcleo.
La vida del poeta está formada por el inventario de todos sus momentos poéticos y por la historia de sus estados alterados de conciencia, que son altamente emocionales. Cuando digo emocional no me refiero a lo sentimental ni a las emociones negativas sino a esas emociones positivas que son difíciles de alcanzar porque nuestra vida común es una parodia de vida emocional, que vendría a ser nuestra basura emocional cotidiana. En mí hay un hombre común y un hombre extraordinario. Yo quiero vivir con ese hombre extraordinario, el resto es la la vida cotidiana. Los grandes momentos de la vida son los del amor y los de la poesía. Lo demás no vale la pena mencionarlo y menos escribirlos en un poema.
Reflejar lo cotidiano como si se tratara de una enunciación de acciones, es una tendencia de la actual poesía escrita por los jóvenes.
Sí. En la mala poesía eso está reflejado. Pertenezco a la llamada generación del 60, que convengamos no es ninguna generación. Si hubo una generación que en nuestro país cambió toda la poesía anterior, es la del 50 y no la del 60. La estética del 60 ha sido hecha por los malos poetas del 60, y no por sus buenos poetas. Si leemos a los poetas del 60, que en aquellos años fueron considerados la cabeza de esa generación, notamos que esa poesía hoy carece de valor.
Lo lamentable es que muchos se quedaron con el cartelito del 60 colgado.
Algunos sí; otros, afortunadamente, evolucionaron. Juan Gehnan sería lo más rescatable de esa generación.
Pero no es verdad que él estuviera en esa corriente. Lo que sucede es que Gelman tenía su preocupación política, que en la actualidad sigue teniendo. Su segundo libro, El juego en que andamos, es superior a Violín y otras cuestiones, totalmente sentimental. Velorio del solo es el mejor libro del Gelman de esa época, porque deja de lado lo sentimental.
El tema del poema no tiene la menor importancia. Juanele podía hablar del vaso, de la poesía, de la revolución social, etcétera, pero lo fundamental era desde dónde escribía.
En toda la poesía de Juanele no encontramos opiniones; en la de Bayley sí, sobre todo en la primera época, después se apartó de eso. Bayley alcanza su mejor momento poético en los últimos diez años con poemas como “La claridad” o “Alguien llama”.
Alguna vez le escuché decir que alrededor de los veinte años se propuso entender los elementos propios de la poesía, ¿cómo se desarrolló ese aprendizaje?
Cuando a los veintidós años me fui de la casa de mis padres decidí seguir el camino de la poesía.
Sentía que no sabía nada de la poesía; por eso en un acto simbólico tiré por el inodoro todos los poemas que había escrito a los 15 años. Partí de cero y me dije: “No voy a escribir una sola línea hasta no aprender de qué se trata la poesía”. Ezra Pound dijo alguna vez que su propósito era llegar a los 30 años y convertirse en el poeta que más supiera de poesía en el mundo. Para ser un gran poeta hay que trabajar de gran poeta. Nunca aspiré a eso porque creo que no se trata de lo que la poesía puede hacer por mí sino lo que yo puedo hacer por la poesía. El premio está en el acto mismo de la creación.
¿Qué lecturas se crucaron en ese camino?
Descubrí que el ritmo no se basaba en la métrica sino en la acentuación. Me preguntaba de qué modo Eugenio Montale alcanzaba la musicalidad pura a pesar de escribir endecasílabos mal acentuados. Cuando traduje los poemas de Montale para el Centro Editor de América Latina apliqué en castellano las pautas rítmicas acentuales que utilizaba Montale en italiano. La revolución que produce la generación del 50 en Argentina es justamente en el aspecto rítmico, porque la nefasta generación del 40 escribía con la métrica regular. De Apollinaire en adelante, es decir surrealismo, Maiacovsky, Cendrars, Huidobro, se logra la liberación de la regularidad métrica. Posterionnente descubro la imagen. Leía a Eluard, a Huidobro, a los surrealistas franceses y argentinos, y me daba cuenta que ellos sabían algo que yo desconocía. La base de la poesía de Huidobro es la imagen. Sus Poemas Árticos son como una especie de arte poética, un ejercicio de todo lo que sabe, independientemente del valor que tenga como poesía. Lo adopté como si fuera un manual de poesía.
Nada más
No son necesarios
nada más que un hombre y una mujer
para jugar al destino
nada más que unos ojos paralelos
para cruzar el puente de la soledad
No es necesario
nada más que quebrar
los límites de la naturaleza
para rozar las alas de la eternidad
nada más que aceptar el aroma
impasible de la indolencia
para abrir los brazos a la belleza
No es necesario
nada más que el relámpago del deseo
para beber la ebriedad de la vida
nada más que una mirada inocente
para comprender la vida
nada más que una mirada arbitraria
para recuperar el valor de la vida
(de Ella y otros poemas)