Notas sobre la obra de Antonio Aliberti, un poeta notable
Por Amadeo Gravino
El querido compañero de innumerables aventuras poéticas y amigo entrañable de tantos años, Antonio Aliberti, el que ha dado el nombre a nuestro Café Literario, nació en el año 1938 en un pequeño pueblo de Sicilia, Italia. Vivió en nuestro país desde 1951 hasta julio del año 2000, cuando falleció tempranamente. Fue editor, periodista literario, crítico, antólogo, traductor, asesor de editoriales, corresponsal de revistas de poesía extranjeras, etc. Pero, por sobre todo, fue poeta, un auténtico poeta. Y los poetas viven para siempre en su poesía. Por eso, en este trabajo sólo quiero abordar ciertas características de su personal poética, la que para mí siempre fija una postura ética y trata el dolor del desarraigo, la integración a una nueva realidad extraña, y propone una serena reflexión profunda sobre las condiciones de organización del mundo a partir de la suma de estas dos circunstancias.
Comienzo diciendo que coincido plenamente con la opinión de Carlos Alberto Débole, el que divide la obra de nuestro poeta en dos partes y dice que, la primera de ellas, va desde Poemas, de 1972, libro inicial de Aliberti hasta Mareas del tiempo, de 1981, su séptima publicación; pasando por El Hombre y su caliz, de 1973; Tráfico, de 1974; Ceremonia Íntima, 1975; Cuestión de Piel, 1978 y Estar en el mundo, 1979/80.
En esa primera parte de su obra, las vertientes de Aliberti guardan estrecha relación con su condición de emigrado. Veamos como lo dice el fragmento de un poema de entonces:
Del árabe heredé este cuerpo árido,
este galope incesante de caballos
en el desierto interminable,
Allí, también aparece el mar, para la poesía tradicionalmente símbolo de la eternidad, como un simbolismo del amor-odio, representando tal vez el espacio vacío que dejó la vida del poeta entre dos mundos distantes, a los que nunca más podrá volver a unir; va un ejemplo:
Si he de viajar, quiero ir
-más allá del mar-
a un pequeño pueblo
anclado en medio del bosque
como un milagro.
En esos libros primeros, también el tiempo y su inasibilidad, y la preocupación social auténtica, se entroncan con el intento consciente del poeta de reconstruir una niñez que excede a su propia memoria o, en todo caso, que pertenece a la “memoria atávica”. Sin embargo, los poemas de Aliberti de entonces tampoco se apartan de la realidad que los rodea, aunque no la nombren explícitamente y sólo la rocen, encubierta a veces, generando nuevas y ricas sensaciones que la trascienden. Así nos dice:
Me duele –este tiempo-
como una lágrima viva.
Al respecto, escribió hacia 1985 sobre la poesía de Aliberti el querido maestro Alberto Luis Ponzo: “Ya en 1973, su íntima indagación le hace desechar un recurso frecuente por aquellos años: el de la crítica social retórica y estéril. Su sensible lenguaje nunca se confunde, sin embargo, con la actitud evasiva, típica de otras corrientes de aquella época”.
La segunda parte de la obra de Aliberti va desde el libro Lejanas Hogueras, de 1981, hasta Nessun Maggior Dolore, del año 1997, su libro póstumo. Lejanas Hogueras es un texto de ruptura que consta de dos partes de varios tiempos breves cada una de ellas: obra profunda, de características infrecuentes en nuestra poesía. Hay allí una manera válida de agotar las obsesiones que poblaban los libros anteriores del poeta: pasado, presente y futuro desfilan ahora sucesivamente por sus páginas. También revela intuiciones, confesiones, relámpagos de una vida que va definiéndose como una grieta; veámoslo en unos versos del libro:
La grieta
por donde me pierdo,
los trozos de mí mismo
desencontrados,
En ese libro ya el poeta logró fundir, experiencias de origen que venía tratando, con nuevas vivencias acumuladas en nuestro país. Además, la lectura del volumen evidencia que Aliberti ha crecido como creador y es ahora dueño de una voz personal, de un estilo propio. Esta obra se publicó en edición bilingüe (castellano-italiano) y recibió importantes premios aquí y en Italia. En aquél país, al comentárselo, se habló de un logrado realismo metafísico y también de un retorno a la palabra pura.
El siguiente libro de Aliberti es Límites posibles, de 1983. En este volumen formidable, según lo expresó Raúl Gustavo Aguirre, nuestro poeta ya hace gala de un ritmo muy marcado y asimismo nos muestra que sus obsesiones se han ampliado considerablemente. El lenguaje es más suelto y se nos ofrece más expandido. Además, llama la atención aquí el uso que hace Aliberti de un recurso formal que le otorga a su poesía gran fuerza y dinámica: el remate propuesto casi a la manera en que se utiliza en los cuentos. Doy un ejemplo de ello:
Lo absoluto ha pasado
y ha dejado un charco donde nunca
hubo nada
En 1986 Aliberti publicó Cuartos contiguos, libro de transición según Jorge Ariel Madrazo, para el que también: “El resultado es un tono más carnal, más realista y metafísico a la vez”. Aquí ya percibimos la definitiva inserción del poeta en los problemas de nuestro país, lo que se manifiesta mediante una mayor riqueza técnica y a partir de un más atrevido uso de la palabra y la emisión más firme y más audible de la voz. Allí el poeta manifiesta:
Hasta que a los vientos del Sur los hice míos.
y también
Son tantos los hermanos que he perdido
que ya el goce se me hace necesario.
De 1987 es el notable Todos recordaron a Casandra: según muchos pensamos, el título más importante de Aliberti y uno de los mejores libros de poesía de los últimos años. Se trata de un texto crítico –como la mayoría de los del poeta- aunque aquí la crítica no sólo apunta a lo cotidiano, sino que se amplía, y sobre todo, se detiene puntualmente en la liviana conducta de los intelectuales frente a una sociedad que va perdiendo de vista valores esenciales que alguna vez la sostuvieron. Como mínimo ejemplo anoto:
Los héroes que no fuimos, que nunca más seremos
(corchos que flotan en el pecho
padecen cada día una derrota)
Este excelente volumen -tan calurosamente elogiado por Joaquín Giannuzzi y por María Rosa Lojo, entre otros- no desdeña ningún recurso de lenguaje y también muestra la formación clásica de Aliberti, sus conocimientos sobre mitología, arte y cultura griega; sobre música, teatro y literatura universales. Asimismo, evidencia en toda su dimensión, las intenciones humanísticas del poeta y un recurso que, sin serle desconocido en sus trabajos anteriores, pasa ahora a ser empleado por Aliberti con gran maestría: el sarcasmo. Se me ocurre como ejemplo:
hay que reclutar a los desamparados
ponerles un sello, una misma mueca en la cara
para que nadie pueda confundirlos así como así.
La última poesía publicada en vida por Aliberti está contenida en Delicado equilibrio, de 1991, un bello libro medular; La mujer que llegó al atardecer, Primer Premio del Concurso de Poesía de la MCBA, incorporado como parte de El llanto de Aquiles (1994) texto de estudio de la obra de nuestro poeta realizado por Agustín Gribodo; Incierta Vocación, de 1995, otro de los libros mayores de Aliberti y Nessun maggior dolore, de 1997, trabajo escrito y publicado en idioma italiano, en el que retoma, con visión madura y serena, algunas de sus primeras obsesiones.
Cabe consignar también que actualmente tengo en preparación una Selección de Poemas de Aliberti y que el querido amigo Ricardo Rubio –gran animador del mundo de nuestra poesía- encara el ordenamiento y la posible publicación de Los Poemas Inéditos que dejó el autor al morir.
Para finalizar estas apresuradas notas, las que sólo pretenden ser una aproximación al estudio de la obra del poeta, agrego que tras la relectura de todos sus poemas publicados, los que indudablemente se imponen al desgaste del tiempo, estoy plenamente convencido de que Antonio Aliberti es realmente una figura notable de nuestra cultura. Que es un creador que supo construirse un modo personal e inconfundible de comunicarnos su mensaje siempre cargado de sentido, sin tener necesidad de integrarse a los manierismos propios de los movimientos ocasionalmente de moda. Que Aliberti es un poeta mayor, sincero, talentoso, original. Que en toda su obra, el poeta logra sortear el riesgo de la uniformidad paralizante, mediante el empleo de un tono variado, el que le posibilita ser con naturalidad, actual y comprometido con su tiempo y, a la vez, con los más altos y permanentes valores de la poesía.