Rubén Ghía: (1)
Por NORA PATRICIA NARDO
“La adicción no es un acontecimiento aislado, sino que surge como resultado de la instalación de una cultura consumista en la que el consumo aparece sosteniendo el lazo social”…
G.A.: ¿Cuál es tu formación profesional y que te llevó a especializarte en el tema de adicciones?
R.G.: Comencé a trabajar como docente en la década del sesenta. El encuentro con los jóvenes suscitó en mí muchos interrogantes y desafíos los que me incentivaron a intensificar mi capacitación profesional. Continué formándome luego como psicólogo.
Con respecto a las adicciones en particular, desde el año 77 empecé a trabajar con personas adictas a drogas, adolescentes y adultos, en una institución pública con un enfoque clínico-social. En los últimos años coordiné programas preventivos y en la actualidad estoy a cargo del área de asistencia.
La creciente complejidad del tema me llevó a realizar una especialización de post-grado en prevención y asistencia de las drogodependencias.
G.A.: ¿De qué hablamos cuando hablamos de adicciones?
R.G.: Cuando se habla de adicciones, se hace referencia a una particular y excluyente relación de fijación, de sujeción, que establece una persona con un objeto que puede ser diverso, por ejemplo, diferentes sustancias, determinadas prácticas, objetos ofrecidos por la tecnología o aún otra persona.
Resulta complejo circunscribir el tema de las adicciones sin incluir la subjetividad y su constitución enmarcada en la singularidad de cada época.
En el caso particular de la adicción a sustancias psicoactivas, se hace necesario, a mi entender, correr el eje de la consideración de las drogas como causa del fenómeno de la drogadicción y ubicar la cuestión en el sujeto y en la particular relación que éste tiene con la sustancia; encontrar el sentido y la función que puede cumplir el uso de tóxicos en cada caso.
En cuanto a la cuestión epocal, el uso de drogas es tan antiguo como la humanidad, todas las sociedades han recurrido al consumo de sustancias ya sea con fines hedonistas o religiosos en el marco de una clara regulación social, aún de los desbordes, como ocurría en ciertas fiestas paganas.
La existencia de sustancias alucinógenas, barbitúricas, estimulantes o afrodisíacas, en diversas sociedades, no ha dado lugar por el puro efecto químico del producto a la aparición de la proliferación de conductas adictivas.
Lo que ha cambiado en la época actual son las modalidades de uso y la masificación del consumo.
Los avances actuales de la ciencia y sus productos tecnológicos, la globalización de los mercados y la exacerbación del consumo, han transformado a los ciudadanos en consumidores de objetos diversos, objetos de cuya posesión pareciera depender la posibilidad de la felicidad y cuya privación sume en estados de frustración o, muy frecuentemente, de violencia.
Nunca antes se ha estimulado tanto la idea de que todo padecimiento es reductible, “que hay remedio para todo” y que nuestra angustia, nuestro dolor o sufrimiento se deben, justamente, a que no hemos encontrado el objeto adecuado para llenar cualquier carencia. La subjetividad actual, se constituye a partir de las prácticas específicas de consumo.
En este contexto la adicción no es un acontecimiento aislado, sino que surge como resultado de la instalación de una cultura consumista en la que el consumo aparece sosteniendo el lazo social.
G.A.: ¿Los medios de comunicación masivos, cómo influyen en la construcción de las nuevas subjetividades? ¿Se los puede vincular con el tema de las conductas adictivas?
R.G.: Los medios de comunicación masivos, a través de la promoción de múltiples objetos prometedores de placer, bienestar y prestigio, impactan fuertemente en la constitución de la subjetividad del consumidor de nuestra época.
Las características esperables para una persona “sana” en la actualidad se sustentan en el supuesto de que el consumo es la vía posible para el acceso a la satisfacción y para eso deben renovarse constantemente los objetos de consumo.
En el caso del adicto, las drogas son los productos propicios para metaforizar la creencia del encuentro con el objeto adecuado.
Ahora bien, los mismos medios de comunicación que contribuyen a formar subjetividades sostenidas en la imagen y en el consumo son los que construyen la subjetividad adictiva categorizándola como una identidad marginal.
El discurso mediático, define al drogadependiente como aquel enfermo que ha perdido su libertad al quedar esclavizado por la droga.
Así surge una nueva identidad social, la del drogadicto. El “ser adicto“ remite a una particular forma de ser, de circular en el mundo. La misma cultura que lo produce, lo condena al mismo tiempo a quedar fijado en la marginalidad.
G.A.: ¿Podemos hablar de drogas legales e ilegales o más bien de conductas adictivas?
R.G.: La clasificación en drogas legales e ilegales responde más a criterios jurídicos que a consideraciones científicas en cuanto a las características de toxicidad, peligrosidad social o impacto sobre la salud pública. Esta clasificación parece estar más determinada por regulaciones sociales de determinados grupos que por la composición química del producto y su grado de nocividad.
Así por ejemplo, se otorga relevancia a ciertas sustancias (cocaína y sus subproductos, cambáis, opiáceos) y se establece un mayor grado de tolerancia a otros como el alcohol o los psicofármacos. No olvidemos, por ejemplo, que el abuso o la dependencia del alcohol en nuestro país es uno de los principales problemas de salud pública. Se lo considera una de las vías de inicio en el consumo de otras sustancias, generando a corto y a largo plazo estragos en la salud de quienes lo consumen.
Un ejemplo claro de tolerancia social nos lo brinda una práctica que se ha puesto de moda: “la previa”. Los adolescentes se reúnen antes de ir al boliche en la casa de alguno de ellos y consumen, en exceso, diferentes tipos de alcoholes ante la presencia complaciente o resignada de los adultos, quienes por otro lado se alarman, no sin razón, por el consumo juvenil del “paco.”
Desde otra perspectiva, en los enfoques psicosociales del tema, el eje de la interpretación es desplazado de la sustancia al sujeto. En este sentido no interesa tanto la distinción entre drogas lícitas e ilícitas o drogas duras y blandas, sino que se pone el énfasis en el tipo de vínculo que una persona establece con la sustancia. Se distingue así entre los diversos usos, abusos y la adicción a las drogas. Se presta atención a si este consumo es ocasional o esporádico o reiterado y compulsivo. Así mismo se tiene en consideración el sentido y la función que cumple la ingesta de drogas, como los contextos dinámicos en los que el mismo se realiza.
G.A.: ¿Cuál es la relación entre droga y violencia? Es común escuchar la frase: mataron porque estaban drogados…
R.G.: La asociación droga-violencia, podemos agregar además, juventud- delito, responde a una construcción social promovida en gran medida por los medios de comunicación.
Un problema social, la adicción a las drogas, es frecuentemente asimilado a un concepto de orden jurídico-moral, la delincuencia, y ambos, a un concepto estrictamente político, la inseguridad ciudadana.
Se ofrece de esta forma una visión sesgada y parcial de un problema que tiene precisamente una gran complejidad social.
Si bien es cierto que la ingesta de determinadas sustancias genera un efecto desinhibitorio, las causas del incremento de conductas violentas y prácticas delictivas en jóvenes y en adultos deben rastrearse en la diversidad de factores intervinientes (psicológicos, socio-culturales, económicos y políticos, entre otros) en los que la droga es un elemento más a ser considerado en la complejidad descripta.
Para decirlo en términos de un folleto de prevención de hace algunos años:”la droga es el árbol que no deja ver el bosque”.
G.A.: Una de las problemáticas por las cuales las instituciones educativas se sienten impotentes y muchas veces angustiadas en estos días tiene que ver con el tema de las adicciones…
R.G.: En los últimos años la sociedad viene realizando demandas sostenidas a las instituciones educativas para que las mismas den respuestas a una diversidad de temas que afectan a los adolescentes, entre ellos el consumo de drogas. Estas demandas no son generalmente acompañadas con un compromiso de participación.
La escuela debe escucharlas críticamente ayudando a reformularlas diferenciando aquello que le compete de aquello que la excede, convocando e interactuando con los demás integrantes de la comunidad para la construcción conjunta de estrategias de intervención.
La complejidad de situaciones actuales como la violencia escolar o el consumo de drogas en los jóvenes, entre otros, requieren del armado de una red social en las que deben incluirse responsablemente los diferentes actores comunitarios.
G.A.: ¿En el terreno educativo, desde las escuelas, qué se puede hacer para abordar y prevenir esta problemática?
R.G.: Siempre se hace necesaria una lectura reflexiva en el seno de las propias instituciones. La misma debe realizarse con objetividad partiendo de analizar cada situación, diferenciando aquello que es del orden de lo posible o de lo imposible.
En primer lugar, en cuanto a las posibilidades de la escuela, entiendo que, la permanencia de los jóvenes dentro del sistema escolar, es en sí mismo un factor potencialmente preventivo, con respecto a situaciones de riesgo o vulnerabilidad social.
Aún teniendo en cuenta la necesidad de un replanteo del rol docente o de la actualización de los recursos metodológicos, la escuela sigue siendo un espacio privilegiado y singularizado para el encuentro entre los jóvenes-alumnos y entre estos y los adultos-docentes. Este vínculo subjetivante está lejos de poder ser proporcionado adecuadamente por cualquier gadget que ofrezca la tecnología.
Los docentes se preguntan frecuentemente si forma parte de su rol la implementación de actividades que tengan que ver con la prevención.
Entiendo que, educando, la escuela puede hacer mucho en cuanto a la promoción de la salud y la prevención siempre y cuando pueda trascender el estilo informativo y promueva el desarrollo integral de los alumnos en su propio medio.
La educación preventiva se orienta hacia la formación de los niños y los jóvenes estimulando su capacidad crítica, su compromiso responsable, su tolerancia al disenso, su rechazo a prácticas violentas y discriminatorias, su posibilidad de identificar situaciones de riesgo a través de la construcción conjunta de espacios de participación, educativos y recreativos.
Este enfoque requiere de docentes con capacidad de poder escuchar y comprometerse en la búsqueda de respuesta a los emergentes no curriculares.
Desde esta perspectiva, la escuela promueve la formación de personas libres, criteriosas y responsables capaces de cuestionar cualquier forma de dependencia, incluyendo la de las drogas.
(1) Datos curriculares: Lic. Rubén Ghía, Licenciado en Psicología. UBA, Magíster en Prevención y Asistencia de las drogodependencias. Universidad del Salvador. Jefe del Departamento de Asistencia del CENARESO.