Oliverio Girondo
Angustia existencial y juego estético (Parte1)
Por GRACIELA MATURO
El nombre de Oliverio Girondo está definitivamente vinculado a la vanguardia poética argentina, que él inició con sus Veinte poemas para ser leídos en el tranvía. La palabra “vanguardia”, que en algunos de sus contemporáneos corresponden a una simple renovación estética, expresiva, señala en Oliverio Girondo la permanente militancia de una actitud de renovación espiritual, de búsqueda cognoscitiva y de tensión idiomática, que se hace evidente en toda su obra y halla su culminación en los audaces y singulares poemas de En la masmédula, su último libro.
La poesía de Girondo es aventura del hombre, valiente enfrentamiento con toda la realidad, constatación de angustia y vacío, aspiración dramática a una más plena realización de la vida. La inserción del humor en su visión poética, la lucha por y “contra” el lenguaje, caracterizan una posición que supera los límites de una actitud “literaria” y hace de él uno de los grandes aventureros del espíritu en la cultura latinoamericana.
Su trayectoria literaria se inicia en el año 22, con los Veinte poemas para ser leídos en el tranvía, publicados en primer edición en Argenteuil, y reeditados en Buenos Aires en 1925. Se ha atribuido al grupo denominado Martín Fierro (integrado por Borges, Brandán Caraffa, Eduardo González Lanuza, Bernárdez, Marechal, Mastronardi y otros), de cuyas actividades tomó parte con exultante vitalidad Oliverio Girondo, una actividad “revolucionaria” que, analizada a través de las obras realizadas, ofrece muy diferentes matices, desde la superficial iconoclastia respecto a creadores que ya habían ido tan lejos como Lugones, desde los chistes de sobremesa que colman las páginas de su ruidosa publicación (la revista Martín Fierro), hasta los signos de una auténtica révolte poética que encarnan con total evidencia en los escritos juveniles de Oliverio Girondo. Su humor, su disconformismo, no aparecen como una simple tentativa de épater la bourgeois; sindican, por el contrario, la intención de desbaratar las apariencias confortables y tranquilizadoras, la rutina mental, para instaurar una actitud de riesgo y aventura.
Los apuntes rápidos, nerviosos, fragmentarios, de los Veinte poemas, testimonian, una sensorialidad fuerte y receptiva, una gran respiración vital, una visión particularmente nueva de la realidad. Desde el título, …para ser leídos en el tranvía, Girondo se sitúa en un margen premeditadamente no estético de la expresión; le resta dignidad, la incluye en su general depreciación de valores establecidos, hace de ella un mero vehículo de la poesía interior. Y sin embargo su poesía se logrará a través de la palabra, del poema carnal y cada vez más tenso en su articulación idiomática.
El humor impregna la visión poética de Oliverio Girondo, tanto en su primer libro como en el segundo, Calcomanías (1926). En él se confirman su originalidad, su rebeldía ante formas de vida insuficientes y ante categorías sistemáticas del pensar; su distorsión emocional lo lleva al humor, pero a un humor indudablemente poético. Esa particular torsión nace de la conjunción entre un sentimiento lírico dominante y una apreciación agudamente crítica que atomiza y reduce las formas de lo real.
Espantapájaros se publica en 1932, en un momento en que el grupo Martín Fierro está ya disperso; muchos de sus integrantes han abandonado sus propósitos renovadores. Oliverio Girondo persiste en su pasión disconforme, ahonda su búsqueda existencial y expresiva. Una realidad absurda e inexplicable, no ya sólo un aparato social o una modalidad estética, es la que mueve sus inquietudes. Develar el misterio, abolir los esquemas y dogmatismos para emprender un nuevo y solitario camino, he aquí su deseo.
Un caligrama en forma de espantapájaros encabeza el libro. Así empieza:
Yo no sé nada / tú no sabes nada / Ud. no sabe nada / El no sabe nada / Ella no sabe nada / Ellos no saben nada / Ellas no saben nada / Uds. no saben nada / Nosotros no sabemos nada…
Nosotros no sabemos nada. esta es la afirmación que se lee en cada página de Espantapájaros, libro desprovisto de ambición esteticista, lanzado por una vía suelta y conversacional que alcanza al lector una imaginación activa y una voluntad de remodelar la realidad. En momentos en que el gran viento del surrealismo europeo apenas soplaba aún en el ámbito preferentemente conservador de la Argentina, mientras la mayoría de los artistas y escritores -si se exceptúan muy pequeños grupos, como el de Aldo Pellegrini- veían en él un experimentalismo meramente curioso, Girondo capta con agudeza el trasfondo de posibilidades cognoscitivas, vitales y expresivas del surrealismo. Su aproximación al surrealismo no se da como adopción de una corriente o modalidad sino como orgánica continuidad de su propia constitución mental y de su temple anímico particular.
Oliverio embozará su poesía, ya distorsionada en los filtros del humor, en cauces aparentemente narrativos. Tomará la vía expresiva más próxima a un Jarry, a un Péret o un Henri Michaux, que a un lirismo “puro”; abordará el rumbo de una “falsa narrativa” que años más tarde desarrollaría Cortázar.
En la aparente ingenuidad de sus relatos, ajenos a lo discursivo-racional, se filtra sin comentario alguno la presentación de lo maravilloso, de lo monstruoso, de lo insólito. No es la vía del relato fantástico-metafísico, de vertebración intelectual, que abordó Borges con maestría. Se trata en el fondo de una expresión específicamente poética, que esconde en los encauzamientos habituales del discurso el estilete de la ironía y la explosiva virtualidad de la imagen poética.
Oliverio Girondo siente la necesidad del cambio. Hay que despertar a una nueva actitud del espíritu. Y ello es lo que lo lleva a publicitar ruidosamente su libro, paseando por las calles de Buenos Aires un gigantesco espantapájaros; se propone y logra vender la casi totalidad de la edición. La poesía debe llegar a todos. Y lo que importa nuevamente no es cambiar la concepción de una estética: Changer la vie es el objetivo.
En 1937 se publica Interlunio, libro de tapas enlutadas y desconcertante contenido. El poeta Girondo sigue embozado en la apariencia irónica de una narración que nada tiene que ver con las perspectivas de La marquise sortit à cinq heurs… No es posible ya seguir contando historias inocuas y superficiales, por la pura fruición del contar, en tanto que una guerra terrible ha destrozado parte de nuestro mundo, y otra nueva guerra asoma en el horizonte entenebrecido de España. Los valores en que se apoya toda una cultura parecen tambalearse; sólo queda al hombre enfrentar dramáticamente el tembladeral del espíritu y de la vida.
Un personaje conmovedor y deleznable a la vez es el protagonista de esta historia. Un intelectual, un hombre saturado de cultura y refinamiento, un poeta fracasado y despistado ante los caminos de la existencia. En una escena grotesca, Oliverio lo presenta alucinado en su contemplación del campo virgen, en tanto que una vaca, humorístico “espíritu de la tierra”, lo reclama materialmente. El poeta rechaza todo llamado, vacuno o no, incapacitado de correspondencia, con el mundo que lo rodea. “Acaso ya no quede de su persona más que un mechón de pelo junto a una dentadura postiza”… dice de él. Tal vez Girondo presenta, irónicamente, una faceta de su propia juventud seducida por prestigios culturales, aunque el vitalismo de sus primeros libros parece haberle preservado siempre de una disgregación similar a la que aqueja a su personaje. Más seguramente, encarna en él algo ajeno a su propio ser. “Europa es como yo, algo podrido y exquisito; un Camembert con ataxia locomotriz”, dice el decrépito escritor. Pero a esa decrepitud, al polvo que se levanta de un derrumbe, opone Girondo el hálito joven de América. Como Madariaga , como Latorre y Vasco, que en cierto modo fueron sus discípulos, Oliverio Girondo se vuelve hacia la utopía americana.
La sugestión de una vida nueva, de una ardua reconquista que permita al hombre instalarse en una dimensión inicial, grávida de posibilidades, se insinúa con intensidad en este libro cuyas líneas de fuerza conducen a otros dos: Persuasión de los días y Campo Nuestro. Persuasión de los días marca el retorno de Oliverio Girondo a la forma poética. No a la poesía, a la cual nunca estuvo ajeno. Y es también un retorno a la historicidad concreta, una asunción de destino humano que sustrae parcialmente al poeta de su aventura metafísica para enfrentarlo al propio contorno. Girondo vuelve su mirada hacia las cosas, las recupera en una emoción inaugural.
No desaparecen de su palabra la ironía corrosiva, el rechazo a la falsedad, la solemnidad, la estultícia de los hombres. La baba doctoral -tal cual dice en uno de sus poemas- la baba torpe y ambiciosa, provoca siempre su rechazo. Pero reencuentra amorosamente el mundo natural, intuye la sacralidad de la materia para entregarse -poeta al fin y siempre- al místico religamiento con el todo que hace la sustancia de la auténtica poesía. Ve un caballo y es un ángel. Cada ser de ese universo no tocado por la perversidad, el deterioro, la baba, recobra en su palabra una extraordinaria plenitud: la arena, el campo, el agua, el sapo, la lluvia. No se confunde nunca el contemplador con lo contemplado: “cuantas veces me he dicho: seré yo esa piedra”…se pregunta, pero cuando parecen desaparecer las fronteras que separan al hombre de las cosas, el espíritu recobra su lucidez, su autonomía que lo hace un desterrado en el mundo. Y dice al hermoso ruiseñor del barro cantado por Corbière: “has de perdonarme si no te doy la mano. Tú tienes sangre fría, Yo demasiada fiebre “
Volcado hacia la materia pero también hacia su propia interioridad, Oliverio siente crecer en sí una disociación. Puede decir, como Rimbaud, Je suis un autre.
No soy quien escucha / ese trote llovido que atraviesa mis venas /no soy quien se pasa la lengua entre los labios / al sentir que mi boca se me llena de arena / no soy quien espera / enredado en mis nervios / que las horas me acerquen el alivio del sueño / ni el que está con mis manos / de yeso enloquecido / mirando entre mis huesos las áridas paredes / No soy yo quien escribe estas palabras huérfanas…
La presencia del misterio real, le hace sentir extraña la propia carne. Es un oscuro combate del que está entre las cosas, con ellas, y el otro, el que crece dentro de sí y se siente como el perro de Lautréamont: Quiero ulular. No puedo…
Más cerca de una postura existencialista, agónica y lúcida, que de una mágica confianza en el azar, Oliverio Girondo ve crecer la angustia de sentirse separado y ajeno, acaso desviado de su verdadera naturaleza. Sus palabras anticipan la náusea de Roquentin, el personaje de Sartre, a orillas de Sena:
Cúbrete el rostro
y llora.
Vomita
sí
vomita
largos trozos de vidrio
amargos alfileres
turbios gritos de espanto
vocablos carcomidos
sobre este purulento desborde de inocencia
ante esta nauseabunda iniquidad sin cauce…
En su poesía se intensifica cada vez más esta tónica. Angustia y rechazo de la vida encauzada en moldes, rechazo de la cultura desde una soledad irrenunciable. De este rechazo va naciendo sin embargo una virtualidad: la espera.…
guardaremos silencio
para tomar el pulso a todo lo que existe
y vivir el milagro de cuanto nos rodea
mientras alguien nos diga con una voz de roblelo que desde hace siglos esperamos en vano…