Edgar Allan Poe
A 200 años de su nacimiento (1809-2009)
Entre la belleza y la tragedia
Por NINA THÜRLER
“Toma este beso en tu frente y en el momento de abandonarte/ te lo confieso con firme voz/ no te equivocas cuando dices/ que mi vida fue sólo un sueño/ y si la esperanza se ha desvanecido en una noche o en un día/ ¿deja por ello de ser pasado? Todo lo que somos o parecemos/ no es más que un sueño dentro de un sueño…/”
“Un sueño dentro de un sueño”, un sueño de armonía, arte y belleza, dentro de un marco de horror, de misterio, de tragedia. ¿Qué fue lo que signó la existencia de Edgar Poe – Boston, 1809- Baltimore, 1849? ¿Qué fue lo que hizo que ese ser nacido a la intemperie de la vida creara una obra tan maravillosa e importante que a ciento sesenta años de su muerte y a los doscientos de su nacimiento todavía deslumbre y apasione? Edgar Poe nació signado para la belleza y la tragedia. Huérfano de padres, fallecidos ambos tempranamente (antes de sus veinticinco años) de tuberculosis, como era habitual en esos tiempos, luego de haber andado los caminos como actores trashumantes, de pueblo en pueblo, de pensiones miserables a tugurios de mala muerte. Actores de talento, sin protección, sin ayuda, sin apoyo, caminando la inmensidad de un país en crecimiento, con dos hijos pequeños a cuestas y otro por venir. Naturalmente, inmediatamente del nacimiento del tercer hijo, una niña, quedaron huérfanos y cada uno corrió la suerte que le cupo. A Edgar de dos años, ya enfrentado con la angustia del abandono, con el asombro lacerante de la orfandad, lo recoge un comerciante textil, John Allan, quien le da su apellido y su protección. Una protección a medias, sin cálculos para el futuro desarrollo del carácter de un niño atormentado desde el vientre de su madre. Edgar ingresa en una escuela de Richmond a los seis años, pero, a poco de comenzar el ciclo, la familia Allan decide radicarse con su hijo adoptivo en Inglaterra por razones de negocios. Allí el niño deberá cambiar de establecimientos educacionales varias veces. Antes de cumplir los once años y a merced de las dificultades económicas del señor Allan, regresarían a los Estados Unidos. Allí también los altibajos económicos se suceden, en tanto se endurece también el trato del señor Allan hacia su hijo adoptivo. De pronto la opulencia. De pronto la escasez de medios, lo que obliga a Edgar a abandonar sus estudios universitarios a los diecisiete años, en 1826. Desarraigado de todo, de espacios, de afectos. Sin un lugar propio en el mundo. Ya para entonces había demostrado su talento notable y había escrito poemas inolvidables como “Tamerlan y otros poemas”, que lograría publicar un año más tarde, época en que su carácter díscolo, escéptico e intolerante le hará romper definitivamente con el autoritarismo y la inseguridad permanente que le ofreciera el señor Allan y le llevará también a alistarse en la Armada de su país, como una variante más de su temperamento inestable. Por esta razón será expulsado de la Fuerza al cumplir cuatro años de servicio. Para entonces la señora Allan que conservara por Edgar un afecto maternal, ha muerto y otra vez, la soledad y la intemperie. Su vida está signada por la muerte. Le faltará siempre, por el desenlace fatal, la ternura femenina que buscará con fervor durante toda su vida. Se reencontrará en Baltimore con parte de su sangre, una tía, la afectuosa señora María Clemm –casi una pordiosera- que le ofrecerá con amor la miseria de su hábitat. Allí Edgar conocerá a su prima, Virginia Clemm, de nueve años de quien se enamorará perdidamente y con quien contraerá enlace al cumplir ella los trece años (algunos estudiosos han afirmado que ya ella tenía dieciséis, de todas maneras él respetó su virginidad hasta entonces, ya que, según se sabe, contrajo matrimonio no sólo por amor a ellas sino con el deseo – casi una utopía- de protegerlas) La amará sin medidas hasta la muerte de la joven, ocurrida en enero de 1847. Para entonces en la vida de Edgar han ocurrido muchas cosas. Trabajará como crítico destacado en diversos periódicos (también ganará el odio de sus colegas y de los escritores de su tiempo por las críticas duras y ácidas que haría de sus obras) También publicaría cuentos que lo llevarían a la consideración pública, tendría importantes distinciones, se lo recibiría en casas principales. El merecido éxito parecería haberse instalado, pero su inestabilidad emocional se agravaría al compás del agravamiento de la enfermedad de Virginia. Su tendencia a la bebida se profundiza, los escándalos se suceden. Va perdiendo nuevamente espacios logrados. La sociedad comienza a rechazarlo. Su situación económica empeora nuevamente. Al mismo tiempo su desesperación y su angustia se traduce en versos que no es posible olvidar, donde lo mágico, lo tenebroso, lo onírico, lo cruel, lo intempestivo, se enlazan en armonía con la belleza en forma, tal vez incomparable. Al borde del lecho de Virginia, abrigando el cuerpo de su amada con su único gabán, en un invierno del todo destemplado, cubriendo los pies de Virginia con sus propias manos, para brindarle un poco de calor, va construyendo “El corazón delator”; “El pozo y el péndulo”; “El Escarabajo de Oro”; “El gato negro”; “El Cuervo”, (que recitará en importantes salones, deslumbrando siempre), “Revelación mesmérica”; “La carta robada”; “La filosofía de la composición”; “El barril amantillado” , y toda la serie de cuentos que le llevarán a la fama como el creador del género que combina lo policial con el misterio, con la criminalidad, con la muerte. También el bellísimo poema “Ulalume” – escrito sobre el final de la vida de Virginia -, aquel que comienza diciendo : “Los cielos eran cenicientos y sombríos /las hojas eran crispadas y secas /era de noche en el solitario octubre / de mi año más inmemorial”/ (…) “Eran días en que mi corazón era volcánico// como los ríos de escoria que ruedan …”/. Luego de la muerte de Virginia, Edgar buscaba en el alcohol nuevas imágenes afectivas femeninas, distintos rostros, distintas edades, diferentes posiciones sociales alimentaría la sed de ternura de la que una vez más la muerte lo había alejado. La soledad y la confusión ocupaban sus espacios anímicos. Sin embargo en ese clima enrarecido por el alcohol y por los trastornos mentales que ya se manifestaban con mayor frecuencia, dentro de un marco de alucinación y terror, esdonde se proyectaría la obra que sin duda tuviera sobre el incipiente simbolismo francés, la mayor influencia en la obras de Verlaine, Rimbaud, Lautreamont, Mallarmé, Baudelaire, a través de las traducciones de sus trabajos que hicieran estos dos últimos. Lo que significaría que nuestra poética actual ha tenido su origen en el genio alucinado del torturado gestor de una obra inmortal, de quien dijera el mismo Baudelaire: “…el azar y la incomprensión fueron sus dos grandes enemigos…” y luego “…Poe tiene ese sentido de lo bello, admirable e inmortal que nos lleva a considerar la Tierra y sus espectáculos como un resumen y una correspondencia del cielo, la sed insaciable de cuanto se encuentra más allá y que revela la vida como la prueba más importante de nuestra inmortalidad…” (…) “así, pues, el principio de su poesía es pura y sencillamente la aspiración humana a una belleza superior…” Y Swinburne ha dicho que : “ …una sola vez, y sólo una vez, ha venido de América la nítida nota de una canción original: la corta y exquisita música, sutil, sencilla, oscura y dulce, de Edgar Allan Poe…”
A los cuarenta años, Edgar Allan Poe ya tenía una obra que, mucho más tarde sería considerada en el mundo de las letras en su verdadera dimensión, tanto en Estados Unidos como en Europa. Había elaborado los cuentos más inquietantes de la literatura policial y de misterio, influyendo, entre otros en el Fiodor Dostoievsky de “Crimen y Castigo”. Había trabajado en los medios periodísticos más importantes de su país y su obra poética – a la que no pudo dedicarse tanto por las razones económicas que subrayamos y por lo que debió dedicar su tiempo a géneros mas redituables- (tan sólo unos cincuenta poemas) iluminaría el rostro de la poesía europea, semilla inicial del simbolismo y del surrealismo que dieran vida a la poesía de nuestro tiempo.
Pero entonces el genio ya había caído en el desorden general del organismo, el espíritu y la mente. Había brillado mucho, pero el amor y la protección se le habían fugado siempre, como agua entre las manos. Así lo encontraron – quienes no supieron que se encontraban a la vez con el horror, con la belleza y con el genio- tirado ebrio e inconciente en una calle de Baltimore el 3 de octubre de 1849. Cuatro días más tarde el sueño había terminado.