¿Cómo lograr el encuentro entre el alumno, el conocimiento y el docente?
Por NORA PATRICIA NARDO
Muchas veces los profesores se quejan de sus alumnos porque no prestan atención. Nos comentan: “los chicos parecen estar ausentes, nada les interesa, es difícil dar clases en un clima de indeferencia”. “Los jóvenes no participan, no preguntan, no agregan información, su actitud es de apatía”.
Cuando el docente se detiene para acotar a sus alumnos que no lo están escuchando, sus interlocutores le informan lo contrario, y esta incomunicación que se establece entre ambos parece ser un relato del cual ya uno no cree al otro.
El aprendizaje se da por lo menos entre dos sujetos uno que enseña y otro que aprende, ambos además están insertos en una institución, dentro de un marco sociocultural, con diferentes historias de vida reunidos para compartir el conocimiento.
Este espacio afectivo tan necesario entre ambos se ve amenazado por el descreimiento, la duda y la palabra parece caer.
Los docentes se preguntan acerca del sentido de sus prácticas, pierden el deseo de enseñar y en consecuencia no aparece el deseo de aprender.
¿Cómo lograr el encuentro entre el alumno, el conocimiento y el docente?
Este deseo de saber surge cuando uno siente la necesidad de aprender aquello que le es desconocido y que este aprendizaje es posible.
Nos preguntamos entonces: ¿Cómo capturar la atención, para que se de un diálogo y se produzca un movimiento?
Cuando se estable alguna entrevista con los adultos responsables de los adolescentes acerca de ¿cómo circula la comunicación familiar? uno suele escuchar decir: “mi marido siempre está en otra cosa, le hablo y no me contesta, está enfrascado en sus ideas y no hay espacio para la palabra, mi hijo está en la computadora día y noche o con el celular, yo hago lo que puedo, a veces no tengo ganas de llegar a mi casa después de mi trabajo ya que me resulta imposible tratar de poner las cosas en su lugar”
“A veces me entero por el chat o por el Facebook, que hacen cada uno de los integrantes de mi familia, veo fotos, con quienes se comunican, quienes son sus amistades….”
Inmersos en el mundo de la comunicación, con la más alta tecnología, en algunas familias el diálogo se establece en soledad a través de la red, sin mediar un gesto, una palabra, una mirada. A través de la computadora o del celular suelen capturar por un instante lo que le sucede al otro, a veces con palabras pero la mayoría necesitan registrarlo en imágenes, lo privado se convierte en público y todos indiscriminadamente participan de algún acontecimiento, duda, inquietud, frase…
Otras veces no existe ni esta ocasión y los jóvenes viven sumergidos en la soledad absoluta sin ningún vínculo que se de entre generaciones.
Muchos de los chicos que están sentados en una clase se hallan huérfanos de la figura de un adulto.
Tanto padres como hijos se encuentran en contextos de vulnerabilidad absoluta, paralizados, esperando que la escuela mágicamente atienda todas sus necesidades y los ayude a salir de su triste realidad, cuando esto no sucede, la autoridad del docente, su saber y su rol corren peligro.
Vivimos entre el autoritarismo y la anomia. El docente ya no es creíble, como tampoco lo son los representantes de las instituciones públicas, y nuestros representantes políticos.
Como consecuencia aparece la desvalorización del prestigio social y la falta de reconocimiento a la autoridad docente.
Si nos referimos a nuestro país, nuestra docencia nace como un mandato del Estado que funcionaba de respaldo, era el portavoz de los valores sociales, ya hoy estas ideas están perimidas.
En este nuevo escenario el profesor se encuentra por momentos con distintos y contrariados sentimientos, a veces de impotencia, malestar y bronca, otras veces de rebeldía.
Siente que desperdicia su tiempo y que todos sus estudios y capacitación, les son indiferentes a la mayoría de sus alumnos y sus familias.
Se pregunta ¿qué debe hacer? Si debe continuar con uno o dos chicos que prestan atención, si debe detenerse, si debe ignorar su percepción.
Experimenta una sensación de estar en tinieblas, no saber por dónde establecer ese encuentro, motivo verdadero de su existencia en ese lugar.
Por otra parte los alumnos perciben ese descontento, ese mal humor, esa tristeza y esta desvalorización social y familiar.
Entonces surgen nuevos interrogantes para la institución-escuela:
¿Cómo recuperar el valor de la palabra docente?
Es necesario renunciar a la omnipotencia y saber que la escuela sola no puede, el conjunto de la sociedad, los medios de comunicación y los políticos deben otorgarle otra categoría, otra prioridad.
También los adultos responsables de nuestros adolescentes deben comprometerse en este sentido, la escuela puede hacer participar a las familias a fin de poder reflexionar en conjunto acerca de la importancia de abrir espacios de diálogo y de encuentro donde la palabra y el conocimiento circulen.
Los docentes se angustian con razón cuando el conjunto de la sociedad les deposita todo tipo de responsabilidades de la que no se hace cargo el Estado Nación, además de enseñar conocimientos, valores, deben denunciar abusos, alumnos en riesgo escolar, en riesgo social, deben remediar las dificultades personales y familiares.
Existen pluricausalidades para que hoy coexista esta crisis que trasciende las fronteras del país, para que los alumnos pierdan sus motivaciones y no les interese concurrir a la escuela: una de ellas es que un título no es el pasaporte para un buen futuro profesional o la garantía de un buen pasar como lo era en el siglo pasado.
Esto hace pensar sobre el sentido de la escuela, sobre sus fines.
¿Lo que hay que cuestionarse es acerca de esta pereza, de esta apatía que sienten hoy la mayoría de nuestros adolescentes?
Si sólo obedece a las causas que hemos mencionado o también tendrá que ver el miedo al fracaso, a la pérdida de autoestima por no alcanzar los objetivos propuestos, al aburrimiento, a la falta del ejercicio del esfuerzo, de la responsabilidad, a la poca tolerancia a la frustración.
A veces estos sentimientos son compensados a través de la evasión, la agresión, las adicciones. Y así nos encontramos con falsas justificaciones, familias que cubren a sus hijos y los tratan como víctimas, lo que no ayuda al desarrollo del adolescente.
A veces los padres son más violentos y menos responsables que nuestros alumnos y no se cuenta con ningún referente para dialogar.
Los adultos, al no establecer normas de conducta claras para sus hijos y sobretodo, al no hacerlas cumplir, favorecen la existencia de chicos transgresores, que creen que les corresponden todos los derechos y ninguna obligación.
El docente debe volver a pensar que su trabajo es valioso, de esta manera recuperará su autoridad y su autoestima, pero esto es una responsabilidad que deviene en primer lugar del poder político.
Mientras tanto será necesario reestablecer una sincera empatía entre los alumnos y los docentes, implementar la capacidad para la autocrítica y la esperanza en un cambio, haciéndose ambos participes y responsables.
Los profesores deberían estar más atentos a sus juicios de valor, a sus prejuicios, a fin de permitirse ver y verse, sabiendo qué transmite, de qué manera y cómo, teniendo en cuenta que la imagen que uno puede tener de un alumno- y que se da a conocer de alguna manera- determina los resultados y se reflejan en sus producciones.
Analizar la realidad, establecer una verdadera comunicación, debatir acerca de aquello que atormenta y dificulta, puede provocar algún cambio evitando enfrentamientos y quizás en pequeños momentos lograr recobrar la alegría de enseñar y aprender.
Es fundamentar trabajar en un espacio de confianza a fin de restaurar la autoridad necesaria para el encuentro.
Aspiramos a la construcción de una escuela plural, participativa, con contenidos significativos, con reglamentos de convivencia hechos colectivamente entre todos los integrantes de la comunidad educativa, que posibiliten el clima propicio de respeto y bienestar para que de lugar al aprendizaje, y sentido de pertenencia institucional, con roles y responsabilidades definidas contando con tejidos de sostén.
Resaltamos la necesidad de entender que tanto el docente como los alumnos son sujetos de derechos y responsabilidades, pero que en esta relación existe una asimetría y en la misma es necesario legitimar el lugar del educador desde su rol profesional.
Esta asimetría tanto epistémica como deontológica cimienta las bases de un compromiso mutuo entre ambos protagonistas, que buscan distintas maneras de encontrarse para interactuar, conocerse y construir un conocimiento que afecte las subjetividades de ambos.
Entendemos que existe un saber experto en el docente profesional, pero el mismo será validado en la medida que tanto los políticos como la sociedad toda, realice un profundo análisis acerca de entender que debido a su formación, el docente tiene la posibilidad de crear alternativas válidas para el aprendizaje, pero para poder desplegarlas es fundamental volver a legitimar la autoridad docente y de la institución escuela y recuperar su verdadera función.