Arte – Ciencia – Tecnología
Por OFELIA FUNES
Hacer una reflexión sobre la interrelación entre arte, ciencia y tecnología implica considerar al arte testimonio de la realidad de la cual emerge.
Desde esta perspectiva, el arte hoy, abordado desde su marco histórico sería testimonio de un mundo globalizado y altamente tecnificado. La interacción entre arte y tecnología no es novedad: desde tiempos inmemoriales el hombre ha utilizado recursos tecnológicos como herramientas para expresarse artísticamente. Teniendo en cuenta que: El desarrollo entre ciencia y tecnología siempre ha sido en forma conjunta. Una potencia el desarrollo de la otra. Hay una evolución constante entre sinérgica y simbiótica.1 Nos sería imposible definir el arte en este espacio de reflexión. Solo podemos aproximarnos a él y considerarlo testimonio histórico. Quizás sí podríamos pensar el concepto de globalización. Globalización como la integración de las sociedades locales en un único mercado capitalista mundial; que trasciende la economía y abarca la cultura, favoreciendo el imperialismo cultural y económico, sería una definición. También existen diferentes miradas, que contemplan el fenómeno desde distintos puntos de vista, como el del profesor José Rovira Soler2 , quien considera que la manera de enfrentar la globalización como instrumento de poder, es desde dentro del mismo sistema globalizante, teniendo en cuenta la democratización del conocimiento que este produce. O la historiadora francesa, Nora Arikha, quien plantea la paradoja de que, si bien el acceso a la información nunca ha sido tan universal, el conocimiento histórico va disminuyendo debido al ritmo acelerado del presente, sin tiempo para un pasado complejo, sin conexiones causales, donde a su juicio la ignorancia, parecería favorecer a la creatividad y a la innovación. Así se podría continuar indefinidamente. Pero en este espacio, debemos acotar el tema y referirnos simplemente a la situación en la que se encuentra el arte hoy, como testimonio de la cultura a la que pertenece: en un mundo que está en los umbrales de la revolución genética, e ingresando con mayor plenitud en la era espacial.
Según mis apreciaciones, en estos momentos en el arte se están desarrollando dos líneas que muestran: una los valores cambiantes, la gran crisis de valores. Y la otra, la que señala un camino ideal o utópico, en definitiva, una propuesta de cambio. En cuanto a la primera línea de desarrollo, tendríamos que enmarcarla en el pensamiento del filósofo norteamericano Arthur Danto (1924), quien en su libro El abuso de la belleza. La estética y el concepto de Arte (2008), desarrolla como idea central el concepto de belleza con relación al arte, en el que la belleza no es consubstancial al concepto de arte. Si bien puede haber rasgos de belleza en una obra, también puede haber rasgos de repugnancia, de terror, etc. Cito: Para lograr una definición de arte hay que tener conciencia de una pluralidad radical. Al respecto, uno de los ejemplos representativos fue la muestra que se presentó en el Malva en el 2012: “Bye Bye American Pie”, en la que se presentaron cinco artistas norteamericanos, entre los que se encontraba Jean Michel Basquiat, (1960-1988), el artista que recurre a la cultura negra urbana y sus manifestaciones en la calle, como el graffiti, y que en el Soho firmaba sus dibujos como SAMO, abreviatura de same old shit (siempre la misma mierda). Basquiat muere a los 28 años de sobredosis. El curador de la muestra fue el canadiense Philip Larrat-Smith, (1979). Muestra presentativa de la decadencia del “sueño americano”. La otra línea es presentada por artistas que estarían señalando el camino hacia un futuro inmediato. Se trata del ejemplo más claro en el que se produce la interrelación entre arte, ciencia y tecnología. El artista ya no puede trabajar aislado en su taller, necesita trabajar en equipo, asesorarse con técnicos, cuando no con científicos. Y a su vez los científicos incorporan a sus equipos de investigación a artistas para conocer el libre de juego de asociaciones, que les permite a los artistas avanzar más allá de los protocolos científicos. Existen diversos ejemplos, como el Bioarte, una práctica artística que está vinculada con el cultivo de tejidos orgánicos y la biotecnología, el arte robótico, etc. Estas prácticas artísticas cuestionan necesariamente los límites de los campos artísticos y científicos tradicionalmente establecidos. Asímismo, se cuestionan los límites de los géneros artísticos y su expansión hacia contenidos sociales, políticos, económicos y científicos3 Problemáticas éstas que ameritan crear espacios de reflexión para la comprensión de una realidad de cambios vertiginosos.
Para ilustrar lo dicho anteriormente, he elegido presentar al artista argentino Tomás Saraceno, nacido en la provincia de Tucumán en 1973. Saraceno se licenció como arquitecto en la Universidad de Buenos Aires y realizó estudios de posgrado en la Escuela Estatal de Bellas Artes de Frankfurt. En 2009 participó en el Programa de Estudios en el Centro de Investigaciones de la NASA. Su trabajo se destaca por la relación que establece entre tecnología, geo-política y arte, por la aplicación experimental con materiales ultralivianos de última tecnología y su relación con profesionales del campo de la física y la ingeniería. Los contenidos evidencian problemáticas actuales relacionadas con los conflictos fronterizos, los fenómenos de desplazamiento, la xenofobia y el desastre ecológico contemporáneo. Realiza construcciones autosustentables aéreas, abiertas, sin fronteras, en las que convergen el arte y la arquitectura. Se trata de ciudades metafóricas, poéticas y participativas al servicio del desarrollo de la totalidad del ser humano.
Observando la obra de Saraceno pude establecer una relación de forma y contenido, donde la idea “de redes” adquiere una dimensión de varios niveles de significación. Se establece una analogía entre: redes como material privilegiado para la sustentación de las ciudades espaciales y la idea central que da sentido a la propuesta de Saraceno: la comunicación entre los seres humanos y con la naturaleza, la comunicación a través del trabajo en red. Esto implicaría en primer lugar aceptar que los seres humanos nos constituimos a partir de una red de relaciones. Así el arte, como todas las áreas que constituyen el mundo de la cultura, se sumerge en relaciones muy complejas que hace que sus límites específicos se hagan “blandos” y difusos.
Considero que el desafío del nuevo milenio será el trabajo en equipo en el que se reconozca al otro como parte de nuestra propia definición. Y toda la técnica, la ciencia, etc., deberán estar subordinadas a esos valores. Para ilustrar lo dicho podemos acudir a modo de ejemplo a una obra de Saraceno.
CLOUD CITIES 2011. Ciudad de las nubes, instalación compuesta por veinte esferas suspendidas en un hangar, presentada por Tomás Saraceno en el Museo de Arte Contemporáneo Hamburger Bahnfof de Berlín. Producida por la National Galerie der Freunde y patrocinada por la Dornbracht Intallation y por donación de trabajos de la colección de la National Galerie de Londres. Se trata de unas burbujas de plástico gigantescas sujetadas por ligas muy resistentes (en red), donde las personas pueden entrar y sentir que están flotando en una gran burbuja y transitando en jardines levitantes. Al presentar espacios que son recorridos por los espectadores, estos pueden obtener nuevas experiencias espaciales, donde se establece un vínculo entre la percepción humana y las relaciones fisiológicas –ciencia y sensualidad-. Ello es investigado por esta generación de artistas en cuyo trabajo convergen el arte, la ciencia y la tecnología. Entre los artistas a los cuales he tenido acceso, destaco a Carsten Höller (1961) doctor en biología. En todos los casos la participación del espectador es clave para la comprensión de las obras presentadas.
Me pareció importante presentar a un artista argentino dentro de este movimiento, porque su maestro, según palabras del mismo Saraceno, fue Gyula Kosice, el artista argentino que en la década del cuarenta perteneció al movimiento de artistas abstractos geométricos que fundaron la revista “Arturo”, en la que también participaban, entre otros Tomás Maldonado y su hermano, nuestro querido poeta Edgar Bayley. Ya en ese entonces Gyula manifestó:4 El hombre no ha de terminar en la tierra. Y cuestiona el concepto funcionalista de la arquitectura del movimiento moderno que sólo involucra algunos aspectos de las necesidades espacio-temporales del hombre. Dejando otros de lado, aquellos que lo relacionan con la naturaleza. En una entrevista durante la Bienal de Venecia en 2008, Tomás Saraceno dijo: Me considero un estudiante-admirador de Gyula Kosice. En la facultad, en la cátedra de Sergio Foster, estuve a cargo de una unidad, una suerte de programa de arte. Con mis compañeros propusimos un espacio llamado unidad
espacial, para pensar la posibilidad de construir más allá de la atmósfera. Lo invitamos a Gyula Kosice. La FADU imprimió el “Manifiesto de la Ciudad Hidroespacial” (adquirida recientemente por el Museo de Houston para su colección) lo repartimos, y nombramos a Gyula nuestro padrino. Debemos replantearnos la idea de la construcción en términos físicos y expandir el término arquitectura. Crear ciudades donde los ciudadanos serán gitanos aeronáuticos, viajando por donde los vientos los transporten, alimentándose con jardines flotantes que crecen sin tierra y las ciudades se podrán unir en el aire formando metrópolis gigantes…”
Esta “Utopía” paradójicamente puede ser realizable debido a la interacción entre arte, ciencia y tecnología. Hoy la NASA, ha incorporado a sus equipos de consulta a artistas de las nuevas generaciones, y a la vez los artistas como en el caso de Tomás Saraceno, reciben asesoramiento sobre la utilización de materiales de alta tecnología.
1 Joaquín Fargas, ingeniero industrial (UBA) dedicado a la investigación y desarrollo de tecnologías para el arte.
2 José Rovira Soler. Catedrático de Literatura Hispanoamericana de la Universidad de Alicante
3 Susana Romano Sued. Universidad Nacional de Córdoba. Conicet.
4 KOSICE, Catálogo:Obras 1944-1990 Museo Nacional de Bellas Ares, 1999. La Ciudad Hidroespacial. pgs. 69