Artes visuales

Lo explícito y lo implícito en las poéticas multisensoriales

Por ALONSO BARROS PEÑA

Todos percibimos un mismo objeto. Pero cada uno lo filtra en las estructuras de su propia mente.
La configuración de la mente que observa es quien decodifica su sentido.
El objeto es algo desnudo, desolado y sin brillo, irreductible e inasible. Solo puedo ver las consecuencias de ese objeto. La cuestión del valor es otra cosa. No veremos ese tema en este momento.
A los objetos los juzgo en función de las consecuencias que originan y las intenciones que implican. Es inevitable concluir que todo juicio es utópico e interesado. Pero se puede establecer por lo menos, la naturaleza del juicio, no del objeto, en este caso, de lo poético.
Estableceremos los elementos materiales que integran la textura del pensamiento. La disposición del observador es la trama que configura su identidad. Está en un proceso de asimilación, de conservación tal vez, hacia la nada, porque ignora que acumula esa energía. El hombre inevitablemente lo hace y sus actos están minados por todas las circunstancias. Explícito e implícito son parámetros que debemos acotar previos a cada juicio.
En tanto a lo explícito del objeto, el juicio está limitado por su materialidad convencional y a ella nos limitaremos sin ningún tipo de adjetivación, teniendo en cuenta, que el sustantivo es el verbo estabilizado; el verbo es el sujeto en acción y la cualidad es la momentánea imagen de una secuencia infinita, como el rostro de la belleza transitado por el tiempo.
Cualquier objeto sometido deliberadamente al observador es tan inútil como la realidad misma. La esperanza que pone el artista en su elección no es más que su narcisismo en acción. Como la seducción tiene una poderosa transferencia el efecto desencadenante permanece agazapado, por así decirlo, por detrás del objeto y hasta el mismo gestor ignora totalmente su naturaleza, su eficacia o su absoluta nulidad. En la realidad yace una corrosiva fuerza capaz de germinar, de mutar, pero esto no desanima a los entusiastas que se lanzan animadamente a la creatividad. Diremos que la poesía se ha desarrollado en un periodo arcaico, junto con la danza. Ambos nacimientos son de carácter rítmico. La medida pertenece al ámbito del espacio y la métrica al del tiempo. ¿Cómo separamos de una y de otra lo explícito de lo implícito? ¿y qué ha hecho la poesía con esos componentes?.
Haciendo correr las páginas de un libro que contenga este material verificamos una constante formal: cada elemento va por su lado, como profundos autistas: el músico ejecuta por su cuenta la intervención del sonido o el silencio, y el bailarín la inmovilidad o el desplazamiento.
¿Cómo se verifica esta afirmación si un texto, o mejor una textura, o mejor un tejido, como aparecen en una página, no tiene sonido y menos aún movimiento propio? ¿Puede haber un producto ajeno a su gestación?. Pero primero ¿Qué es lo que he visto en esas producciones de poesía controversial? Veo fundamentalmente letras – todo tipo de letras- componiendo imágenes o acompañándolas, trátese de fotos fijas o en movimiento, dibujos, objetos o dramatizaciones documentadas en cada caso, con claros elementos para que el observador las decodifique y participe de su semántica. Es decir, la gramática está oculta y la polisemia es ambigua ya que es incorporada desde otros ángulos: es multisensorial. Tomemos el caso de la ópera o del video. Pero limitémonos a la ópera. Me interesa de tal modo lo musical, por ejemplo, que descuido lo visual y lo dramático. Entonces vuelvo a tener música pura porque descarto el argumento, la trama, el conflicto, que son elementos paralelos y simultáneos. El elemento sonoro, abstracto de la música no está decodificado como la palabra o mejor, como ya lo están los idiomas y una palabra es incorporada una vez que logró su legitimidad social.
Dejamos aquí este tema para entender de alguna manera ese pasaje sobre las obras y descifrarlas. No me agrada el término pero me encanta lo que esconde en el sentido de qué significa interpretar y describir lo que está cifrado es decir, puesto en números, en cantidad, en cifras, en una palabra en medida y métrica. (¿Y no era eso lo que la poesía arcaica intentaba por medio del canto y la danza? ¿Por qué discutir lo que la etimología parece con tanta claridad demostrar?)
La radicalidad no es una ideología, es la raíz, la cosa. El sujeto se esconde detrás del objeto. O mejor el sujeto es directamente el objeto. No hay otra posibilidad de lectura
en cualquier tipo de textura. El sentido nunca permanece oculto porque la acción que produce el objeto, que es lo explícito, es la fuerza implícita con el gesto, la energía que logró configurarlo y que generalmente aparece detrás del objeto; lo sigue de manera inexorable aún en su negatividad, aún en su reversión, en su transparencia o inversión; aún en el revés de su trama en una palabra, otra vez, en su tejido metafórico. Diremos como principio que el área de la creatividad está en el ambiguo fenómeno de la percepción, de la sensibilidad afectiva y emotiva y que las afinidades y rechazos, cuando se efectúan desde el campo de la razón y de la moral, constituyen verdaderos desatinos solo perdonables cuando estamos seguros de que fueron emitidos con buena voluntad pero con evidente escasa reflexión. Danza, canto, poemas, música, imágenes, acciones, cuando no percibo su rítmica, que siempre está explícita, me niego a su sentido implícito que afecta la sensibilidad, toca la intuición, induce a la concentración o la dispersión. Los objetos terminan siempre siendo documentos para la historia. Verdaderos e irrefutables anales de una época. Expresan mucho más de lo que pretenden. Volviendo a una rápida visión de un período, por ejemplo, que abarcase desde William Blake hasta nuestros días nos resulta fácil observar el paulatino deterioro del sentido como consecuencia de la evolución de los medios. Los individuos son devorados por dos fuerzas incontrolables: por la naturaleza que protagonizan y por la sociedad que evoluciona. Ambas testimonian su intervención como agente que la padece. Al presentar los objetos como antecedentes racionales derivados de acumulaciones internas del ente las poéticas expresan lo que nunca se propusieron y dicen lo que no pretenden decir, dicen la verdad de lo que es en sí, y el observador no escapará al mismo proceso y no decodificará el objeto sino expresará las acumulaciones a las que lo sometió su impredecible devenir, reorganizando su percepción.
La pericia o la ineptitud aparecerán inexorablemente en lo explícito o lo implícito con una nitidez que no veremos en otras aéreas donde las dificultades del medio técnico impiden el acceso o la improvisación, por ejemplo, el manejo de un idioma extranjero sin conocimiento previo.
La intensidad de lo inconsciente – al estar liberadas de estructuras formales – aparecerá en toda su crudeza, al natural, despojada de afeites, lozana o cubierta de laceraciones, al fin desnuda, a la intemperie.
Se entiende entonces la absoluta relatividad de lo explícito de este texto.
Dentro de 5000 años alguien podría recoger un trozo de un objeto visual o sonoro o un olor encapsulado y podría decir que por su sedimentación de capas u ondas estuvo sometido a cuales o tales electrones o acumulaciones de presiones o emanaciones que determinaron su forma: los objetos quedan reducidos, en su significación, a una demostración expresiva y objetiva de las causas que lo produjeron. Pretender entenderlos es tautológico. Realizar un objeto inútil (el artístico) es por definición una enajenación, una crisis canalizada. Interpretar el objeto (inútil) es estrictamente íntimo y secreto. Absolutamente individual y anárquico. No explica nada, desnuda la naturaleza del que explica y saca afuera, expresa, su propio yo. Algo queda en claro: la belleza fue desterrada, es decir, aún existía la esperanza de incorporarla a la vida. Pero aquí y ahora pregonamos que la belleza necesita ser aniquilada. “Como la guerrilla”. Ya nadie, un día, sienta a la belleza en sus rodillas y la encuentra amarga, y la injuria. ¿Por qué? Porque en realidad hablamos de otra cosa, no de la belleza sino de lo poético, que significa hacer, obrar, construir. Pero los actos, las acciones, tienen sus consecuencias. E ahí un motivo de reflexión, de ver de nuevo el asunto y preguntarnos si en todo esto del arte no existe la oculta intención de ponernos de espaldas a la realidad y no traducirla. Pero así como nosotros no podemos evadirnos de la realidad, esa realidad, el universo, no puede evadirse ni un ápice de nuestra presencia. ¿Cómo podría transferir energía fuera de su sistema y a qué región del infinito tendría acceso?. Revelar no significa poner en claro lo que está oscuro sino que significa volver a ocultar, velar dos veces la misma cosa. La trascendencia que otorgamos al sentido, a los significados, no modifica su autonomía. Estamos condenados a padecer su evolución, su decadencia, su transmigración irremediable e implícita fatalmente, consecuencia de su identidad pasada y futura. El promisorio ámbito del arte lleva en sí su propia destrucción pero eso no es una debilidad, todo lo contrario. Es factor imprescindible en su accionar, es el tánatos de donde extrae su fortaleza. El prestigio de la mímesis Aristotélica se viene abajo desde hace tiempo y la reproducción mecánica de la realidad produce dos fenómenos: 1) la falsificación de los documentos y su desvalorización como copias de segundo y tercer grado y 2) la descalificación del objeto por su banalidad reproductiva. Las utopías multisensoriales de lo experimental son los coletazos de la mímesis Aristotélica. Porque la rareza de un objeto era lo que agregaba valor a su posesión y la reproducción digital vulgariza hasta la náusea, la información o la desinformación ya que la misma está en poder de organizaciones financieras, periodísticas, culturales, militares, políticas que son hegemónicamente racistas, de clase, alimentadas siempre por concepciones gregarias de individuos. El origen de todo conflicto es la existencia del sentido de pertenencia a una agrupación como fundamento de segregación. Las asociaciones responden a un sentimiento de inseguridad individual, al miedo y a la garantía de protección que se ocultan bajo esas formas que llamamos patria, religión, raza, arte, sociedad, ideología, club. Todas formas respetables de la angustia, del vacío, desencadenantes de la violencia, del odio, del anonimato sostenidos bajo la máscara de la tradición, la beneficencia y la solidaridad, pero cuya energía subyace en otros estamentos.
Lo explícito y lo implícito aparecen en cualquier textura y cualquier textura es poesía. Una pluma, una piedra, un ojo; la nada. El vacío es un poema, aunque son texturas de granos tan finos que exigen una lectura esforzada y transparente. Una textura en remolino puede ser una rosa, un zapato gastado, una demolición, un suspiro; la piel es una textura, el aire, la veta de una madera, la sarna, la explotación. Todo el universo es una textura (¿Indescifrable?), concreta, presente. Los puntos suspensivos, las comas; una línea sinuosa es una textura; el mar y la gota, un ruido, los olores; el color del alba, la sangre. Cada partícula embrionaria deriva de una textura diferente de acuerdo a una función necesaria que la explica. Eso es lo explícito. Su interpretación es lo implícito. Su explicación conlleva la subjetividad, su lectura es la expresión de los deseos del que lee, del que intenta descubrir la trama del tejido. El que decodifica es lo implícito, el que proyecta su lenguaje sobre un absurdo, sobre un abismo que se devora así mismo sabiendo que lo que permite la vida es esa materia, esa textura que contiene todo, hasta lo que no es materia, y sin lo cual no sería lo que es, lo que llamamos materia. El deseo –que es la acumulación de pensamientos del ente- es el pensamiento puro, es el contenido manifiesto que se traduce en los actos, en las acciones, y en la expresión, que es su última instancia. El pensamiento es auténtico, es legítimo, y no puede ser sometido a ningún juicio. La crítica apunta en cualquier dirección interesada que desvaloriza –aunque llegue a elogiar- al objeto presentado, y el arte aprovecha esa zona liberada, tal vez única, para que fluya lo que es.

“La palabra es el último nivel de la experiencia, su consecuencia”.

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