No hay barrera, cerradura, ni cerrojo
Desde la creación literaria, lugar que me interesa y me convoca, en este texto deseo acercarme a algunas mujeres escritoras del siglo XX
Por JULIANA CALVO
MUJER:
Una palabra simple, clara de pronunciar, pero que alberga un sinfín de secretos.
Fueron muchas las representantes femeninas que crearon arte, y entre quienes se animaron a mostrarlo con la frente en alto encontramos a Alfonsina Storni, Virginia Woolf, Victoria Ocampo, Alejandra Pizarnik, Simone de Beauvoir, entre otras.
Aquellos secretos, estuvieron muy bien guardados por esas damas del pasado, sumidas en una historia que las tenía atadas.
Aunque algunas de ellas sufrieron un alto costo emocional a causa de sus ideas, por hacerse lugar en el mar literario masculino, se puede decir que a través de sus escritos sacaron a la luz los conflictos femeninos siempre presentes; pero nunca dichos de tal forma: una sugerente expresión artística, desafiante, vigorosa, ineludiblemente femenina.
Mujeres literarias quienes a través de la escritura plasmaron su sentir, su pensar, su cosmovisión de la vida, del amor, desafiando lo esperable en las sociedades de su época. Tengamos en cuenta que todas ellas hicieron su obra a principios o a mitad del siglo XX.
Si hiciéramos un viaje en el tiempo y viéramos su forma de vivir, sus días cotidianos, seguramente quedaríamos anonadados comprobando que aún en las condiciones de su entorno, dominado en muchos sentidos por el mundo masculino, ellas pudieron atreverse a escribir tanto novelas, como poesías, ensayos o cuentos.
Ellas alzaron su voz, mostraron que ser mujer es sinónimo de lucha, de fuerza, de finura, de belleza y de arte en todas sus expresiones.
Creo que solo citándolas uno puede descifrar su mensaje de la forma más clara y cercana: a través de él se puede degustar la potencia de sus ideales.
Virginia Woolf (Lewes, 1882- Susexx 1941)
Decía en su libro Una habitación propia: ”Puedes cerrar todas las bibliotecas si quieres, pero no hay barrera, cerradura, ni cerrojo que puedas imponer a la libertad de mi mente”.
Y era así, dentro de cada mujer estaba ese sentir, y eso, creo, fue lo que les dio fuerzas para defender sus derechos, atreverse, rebelarse, imponerse.
Victoria Ocampo (Ciudad de Bs.As. 1890 – Beccar 1979)
“Nacerá una unión, entre el hombre y la mujer, mucho más verdadera, mucho más fuerte, mucho más digna de respeto. La unión magnífica de dos seres iguales que se enriquecerán mutuamente, puesto que poseen riquezas distintas…”
Esa unión de la que hablaba esta visionaria del siglo XXI es la que se podría decir que hoy por hoy se está empezando a gestar. Todavía queda mucho camino por recorrer, sin embargo se divisa – en mi opinión – un porvenir más equitativo entre los sexos.
Alfonsina Storni (Capriazca, Suiza 1892 – Mar del Plata, Argentina 1938)
“Cómo decir este deseo del alma. Un deseo divino me devora; pretendo hablar, pero se rompe y llora esto que llevo adentro y no se calma”.
Ese deseo, esa libertad aplastada, sus inmensas ganas de huir hacia donde se pueda, donde no se condene ese vivir, ni ese sentir, donde no amordacen sus bocas sedientas de igualdad.
Todo deja sus consecuencias, sus marcas, hay un quiebre interior de una gran profundidad, una rotura colectiva que se fue transmitiendo, y en este punto podemos traer a Simone de Beauvoir, un ícono junto a su compañero Jean Paul Sartre, en cuanto a un nuevo modo de ver y vivir una relación sentimental.
Simone de Beauvoir (Paris, 1908-1986)
Decía en su libro La mujer rota “Y aquí estoy mirando mi reloj, cuyas agujas no dan la sensación de girar”.
Esas “agujas” simbolizan el reloj biológico que acompaña a cada mujer a lo largo de toda su vida.
Esa “Mujer rota” a la que se refiere Simone de Beauvoir estaba rota por dentro, sin esperanza de cambio; aunque paradójicamente se sentía feliz, lo era, porque no conocía la libertad de decisión: eran, tal vez, mujeres ignorantemente felices.
Alejandra Pizarnik (Avellaneda, Pcia. de Bs. As. 1936 -1972)
En una entrevista para la Revista Sur manifes-taba…”Aunque ser mujer no me impide escribir, creo que vale la pena partir de una lucidez exas-perada. De este modo, afirmo que haber nacido mujer es una desgracia, como lo es ser judío, ser pobre, ser negro, ser homosexual, ser poeta, ser argentino, etc. Claro es que lo importante es aquello que hacemos con nuestras desgracias…”
Todas estas valiosas mujeres supieron qué hacer con su condición femenina en su momento histórico, con esa sumisión que las impregnaba; se rebelaron ante su propia culpa de no ser o no comportarse como se le pedía a “una verdadera mujer” en esas sociedades machistas.
Me pregunto si para estas literatas fue la escritura una de las tantas maneras de ser libre, de empezar a pisar de a poco ese camino “de autonomía y dejar atrás la esclavitud del silencio”.
Víctimas de una sociedad que las relegaba, las escritoras del pasado empezaron a deshojar las hojas de un cruel invierno.
Decidieron que pesaban más sus sueños, que una vida vacía llena de leyes morales. Encontraron en la literatura, las alas para volar hacia lejanos paisajes, épocas, donde su creatividad no tenía techo, ni final.
Teñidas por su condición podemos encontrar similitudes en ellas que van más allá de su individualidad; es interesante rescatar la fuerza que tuvo en cada una el deseo de ser libre, aún en la elección de la maternidad, en su orientación sexual y en su elección de un amor libre; invocando la imperiosidad femenina por sobre el hombre, ellas querían demostrar, que podían solas. No siempre fueron deliberadas esas reacciones, si no que tal vez, toda esa emoción contenida, emergía de lo más profundo, provenía de lejanos tiempos, era el grito M de las almas del pasado, del paraíso prohibido, donde, desde el comienzo, la figura femenina fue manchada, y degradada.
Quisiera mencionar en este texto cómo en el recorrido de algunas de ellas, la tristeza, el sentimiento de culpa y la impotencia, las llevaron a un final trágico. No obstante, el ímpetu de sus vidas fue esa sensación de libertad, de esperanza, de lucha y pasión, mucho más fuerte que todo.
Mi homenaje a los ecos que dejaron en mí estas grandiosas mujeres:
Y así, descifrándolas
me descubro
me convierto
me transformo
implosiono,
dejo atrás la niña, la joven
acepto lo femenino en mí
lo exploro, lo aclamo…
lo impregno en mi piel
dejo sus huellas
selladoras de fuerza.
Gracias a ustedes,
a su legado
hoy piso fuerte.
J.C.
*Juliana Calvo: Poeta y ensayista. Publicó en 2016 su primer libro de Poesía “Detrás del umbral de la existencia” (Editorial Dunken).