CRÍTICA: LIBROS “Gotángel”, de SEBASTIÁN JORGI
“GOTÁNGEL”, de Sebastián Jorgi (Buenos Aires: Los Robinsones, 2010. (125 págs). El fantasma de Arolas y sus contextos barraqueños en Gotángel. |
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Para escribir Gotángel, seguramente Sebastián Jorgi se preparó como si estuviera por emprender un viaje por un territorio que le fue familiar pero que al mismo tiempo le es hoy diferente, casi desconocido, puesto que, si es que siguió las indicaciones de Roland Barthes en La preparación de la novela, no es suficiente el conocimiento de la geografía, de la historia, de las costumbres, en síntesis, de los contextos, sino que el escritor debe ofrecernos lo sorprendente que tiene la experiencia, una organización del tiempo que prevea el futuro en cada instante del presente de la enunciación. Esto conlleva no sólo disciplina intelectual sino también disciplina estética y el enfrentamiento con tres disposiciones de ánimo: la duda, frente a la elección de los componentes del texto, la paciencia para sostener la elección realizada y la separación del mundo por parte del autor que debe proceder como un monje obsesivo y artífice, para hacer sus mayúsculas dignas de una página de breviario, como recomendaba Darío, a fin de que la novela misma se relacione con el mundo y sea capaz de ofrecer una densidad alegórica, un sentido “otro”, proveniente de una subjetividad aguda y pudorosa. No se trata sólo de eslabonar sucesos sino que la novela precisa de la toma de conciencia total de un hecho vivido como cambio existencial que permitirá al autor adentrarse en esa selva oscura de la que habla Dante y de la que emergerá la Vida Nueva que se gesta a partir de la eclosión de una idea y luego, la escritura, que para Proust sirve para vencer a la muerte, erigiéndose fuera de la no memoria.Barthes sostenía en sus memorables clases del Collége de France, que el novelista siente una especie de resistencia a contar sucesos que nunca se repetirán porque sus lazos afectivos, como los de todos nosotros, se entablan con el presente, de ahí que nos resulta fácil escribir sobre lo que nos acontece; nuestro pasado, en cambio, está en la bruma, lo intenso es la vida presente, de ahí que el novelista emprende un trabajo que lo inquieta, inquietud que se percibe hasta en las íntimas motivaciones de las acciones de los personajes y, en especial, en la reflexión de Remigio Beltrán, un verdadero patriarca espiritual de Barracas, generoso, solidario, amigo y protector de los desheredados, formador de la conciencia de las jóvenes Carlota y Nelly cuando les recomienda: “No debemos llevarnos por la nostalgia, sobre todo, por esa nostalgia de la amistad de la niñez. Sé que eso queda en el fondo de nuestros corazones, pero también sé que corresponde a un tiempo de vida que ya no es” (86).La trama se desarrolla en la década del 60 en Barracas, que fue un cruce de peregrinaciones. Desde la mirada de Nelly hay una descripción de ese barrio de Buenos Aires: “Hoy Barracas es un mercado mugriento, lleno de tanos y de gallegos o de turcos y moishes” (68), y así como las extravagancias de los personajes motivaban peleas ya sea para expulsar intrusos del territorio o por las confrontaciones futbolísticas River-Boca, también en lo más profundo de las conciencias se desplegaba esa evolución que parte de las confusiones hasta el logro de las certidumbres, como se advierte en Carlota, la huérfana pobre, capaz de soñar con un amor duradero y fiel bajo la protección de Santa Felicitas, hasta que advierte que “Para ella sería siempre nunca. El ahora y el después estaban vedados para su precaria existencia de muchacha inválida” (87); en esa introspección poética, tan bellamente trazada por el autor que, al inicio de la novela, nos presenta a su personaje en un conventillo de Barracas que va transformándose en una importante zona fabril, luego decadente. Estampas de Santa Lucía y de Felicitas Guerrero, santificada por decisión popular, lucen en la repisa de la pieza de la muchacha, junto a fotos de Bogart, Belafonte, Presley y el retrato de sus padres. Carlota, que es nombrada por el apócope Carlo, tiene por única amiga a Nelly, su compañera de primaria y secundaria del Arcamendia, Escuela Normal, hoy de formación docente, ubicada en ese barrio. Nelly es una muchacha agraciada, inteligente, de clase media y con aspiraciones que la llevan a iniciar estudios de Química, que no concluirán tanto por la influencia del medio social en que vive y principalmente por su noviazgo inadecuado e inestable con un verdulero hijo de italianos. Siempre que hay distanciamiento entre ambos, Carlota interviene para lograr la reconciliación y expresar así su amistad incondicional a los desavenidos novios. Aunque Carlota sueña con el amor perfecto había sufrido ya varias decepciones amorosas hasta que Nelly le presenta a Marco, letrista de tangos y canciones, aficionado a la poesía y a las historias, de él se enamora, pero Marco desaparece de la escena barraqueña sin siquiera una despedida. Ambas jóvenes reciben una forma de tutela de Remigio Beltrán, a quien los vecinos llaman “el Almirante”, por su condición de marino y su impecable uniforme; él es quien les aconseja tanto en sus proyectos de superación como en sus cuitas sentimentales, es un hombre de gran experiencia que protege a las muchachas y les da consejos que son atendidos con respeto y admiración. Ese extraño personaje, de profundo sentimiento cristiano, medio anarco socialista, tan liberal que simpatiza con amigos de Mussolini y de Stalin y que en las voces de sus amigas es un tipo extraordinario, capaz de visitar un día al cura de Santa Lucía y otro, al diputado don Alfredo Palacios (Cf. 83-84), en un momento de diálogo confiesa: “Me tocó ver lo de Hungría, cuando la invasión rusa en el 56. Una masacre atroz que no resiste ideologías ni justificaciones estratégicas ni aún políticas”. Su interlocutora le replica si a pesar de lo vivido sigue sintiéndose socialista, a lo que responde: “por supuesto que el socialismo a uno se le viene al suelo. No puedo ser cínico” (89), y continúa con el análisis de la prepotencia que engendra el poder. El Almirante posee también una sólida cultura: “…un marino mata la nostalgia del terruño con la aventura espiritual de leer a los grandes autores” (76). Quizás, por su mediación, el novelista aconseja la lectura de títulos que lo impactaron y emite sus juicios críticos. Su personaje pregunta a las jóvenes si leyeron El infierno, de Henry Barbusse, Los vivos muertos, de Zamacois, La Ciudadela, de Cronin (75). Les comenta que Joyce al lado de Camus o de Malraux era un principiante” (77). También les recomienda películas que, evidentemente, marcaron hitos en la cinematografía. Cabe recordar que Sebastián Jorgi colaboró como cronista cinematográfico y notero cultural en “El Sol”, de Quilmes y en otros medios de prensa y radio, de ahí su erudición en el tema.Con respecto a las expectativas de las muchachas en su felicidad, Remigio Beltrán es contundente: “… sin despreciar Barracas, su gente, todo esto, las pizzerías, las cervecerías y todo el encanto de su historia, intenten la propia novela de Corín Tellado, la novela de amor, en otro ámbito. Esto es como…cómo les puedo ejemplificar, como una película vieja y pasada varias veces.¡Un círculo vicioso!” (80). Nelly también recuerda los consejos de su padre: “Más allá de su testarudez política y de su resentimiento contra la Argentina, papá siempre dice que hay que largarse a otros mundos para ver que nuestro país no es una panacea” (78). Solamente Carlo está arraigada a su barrio porque “acaso era un poco como Barracas, detenido en un tiempo que se iba diluyendo ante el avance irreparable del progreso…” (8).Toda novela se enmarca en un espacio que implica referencias a cuestiones atinentes no sólo a lugares, dimensión física, extensión, límites sino que también hay algo que los habitantes simbolizan y dotan de sentido, ahí se depositan historias, aprendizajes, percepciones, conocimientos, imágenes. Como todo escritor genuinamente americano, Sebastián Jorgi no puede olvidar la cuota de realismo mágico en su novela: Se trata del fantasma de Eduardo Arolas con su fueye y esa música de tango que componía cuando murió en París. Los lugareños discutían si se trataba de El Marne, Rawson o La Guitarrita. Remigio Beltrán afirma la veracidad de las apariciones de ese ángel del tango: “Pero que el fantasma de Arolas fue visto por mis propios ojos aquella noche, no es macana. A menos que haya sido una visión o una alucinación momentánea nacida de la emocionada alegría de escuchar el tango que el guitarrero tocaba y cantaba. Según se comenta, han visto al ángel del bandoneón en Barracas al Sur atravesando el Riachuelo, perderse en Avellaneda más de una vez…” (66). También “como convocando al espíritu de Arolas la gente del barrio se fue sumando para corear la letra del tango que Marco dedicó a Barracas y que fue cantado por Alberto Lander (Cf . 58). Fue una noche de diciembre de 1969 (58). Esta es la voz del narrador omnisciente que confiesa a Carlota: “No sabrás nunca que el poeta hizo varios viajes a Barracas. Que te buscó, desesperado, palmo a palmo por todos los rincones (…) aquella noche él estaba de nuevo allí, con los ojos emocionados por la canción que había compuesto en homenaje a Barracas, ojos humedecidos por la emoción, pero más por la inmensa necesidad de verte” (59). Desde la perspectiva del narrador omnisciente el autor continúa: “Todo esto que te digo- mejor escribo- a través del tiempo, como un mensaje escamoteado en su oportunidad, es una especie de triquiñuela que hace el reloj inexorable, es una suerte de intermezzo epistolar. Que no lo sabrás nunca es una forma de decir: no era conveniente que lo supieras. Pero el poeta Marquito volverá, habrá un tercer regreso y entonces…” (63). Como el autor, Marco estudió Periodismo y luego hizo la carrera de Letras, como el autor Marco compuso tangos y canciones con Alberto Lander. Según la opinión de Remigio, volvía a Barracas por nostalgia. Hay una conversación de despedida entre Marco y Remigio Beltrán, éste parece reflejar la conciencia de Sebastián Jorgi en este presente y que se manifiesta en una suerte de evaluación de una etapa de su vida a la que ya no pertenece y de un momento que atesora: el estreno en aquella noche del 69 del Tango para Barracas coreado por una multitud de vecinos, noche en que vio al ángel del tango, Eduardo Arolas, suspendido en el cielo. “Si algún día relatás esta historia o hacés una novela, ponelo, después de todo, el mundo no es más que una fantástica realidad” (120), son las últimas palabras de Remigio a Marco y quizás constituyan la decisión del autor de entregarnos esta novela cabal y auténtica, de sutil prosa rememorativa de lo que fue Barracas, de su desarrollo industrial y edilicio, de sus calles empedradas, sus casas y conventillos que hoy van cediendo lugar a los edificios modernos, de los lugares de reunión de su gente, sus fondas, sus pizzerías, sus cafés, de sus voces que mezclan discusiones y peleas con la oración a las santas protectoras y el comentario del ángel del tango, que aparece y desaparece en el cielo de Barracas. Pero no sólo se trata de una prosa memorialista que nos lleva a escuchar el habla coloquial de las décadas pasadas, por ejemplo: “El pendejo se hizo humo un día y chau pinela”(90) o “Él entendió que le colgabas la galleta y se las tomó” (93) o “¿Sabés que te fuman en pipa cuando jugás al truco con ellos?” (110), encontramos en esta novela esa prosa poética de los narradores de oficio y vocación: “Para qué tanto deambular, para qué tanto saber si ya todo está predestinado. Para qué buscar el príncipe azul si Barracas no es geografía para estos cuentos o finales felices, si Barracas es como dijo Remigio, tan sólo una porción de tierra en la Tierra, un punto diminuto del planeta o de un país como cualquier otro país, un punto donde el amor va o viene como en otros lados de este mundo.(…) (102). Como dice Martín Alberto Noel en la contratapa del libro, se trata de una creación de tipos y ambientes admirablemente lograda por un narrador nato. Su título Gotángel es una contracción de tango con las sílabas invertidas y ángel; alude, en consecuencia, al ángel del tango, el barraqueño Arolas que deja oir su música desde el más allá. El epígrafe elegido por el autor para la novela, orienta su sentido: está escrita para lograr una verdad plena que implique salvación para encontrar en la selva oscura del pasado la posibilidad de la nueva vida. Nota: Sebastián Jorgi recibió el Diploma Enrique Anderson Imbert por el género cuento en el Simposio Internacional de Literatura organizado por el Instituto Literario y Cultural Hispánico , en Buenos Aires, el año 2010.
Bertha Bilbao Richter
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