Guido Gozzano, “Cita con poetas italianos” (5), versiones y notas por Julio Bepré
Bellos los bellos ojos extraños de la belleza que aún existe/ en una flor que se marchita y no tendrá mañana. Gozzano parece haber sido quien encarnó al poeta italiano más plenamente crepuscular. Hubo en él un repliegue doliente e irónico, una atmósfera no exenta de matices levemente artificiosos quizá por la Turín de sus abuelos. Sus textos conllevan frágiles sentimientos, vistos como desde una luz de daguerrotipo y de stampa romántica.
Nació en Aglié en 1888 y murió en Turín en 1916. La enfermedad que minó su organismo le insufló una conciencia dramática de su propio destino, y esta situación confirió a sus poemas momentos de amarga excelsitud. Frente a sus textos líricos pierden magnitud pero no ciertamente interés, sus experiencias de novelista, de narrador nostálgico del Turín d’altri tempi. Su obra lírica puede concretarse en las siguientes obras: La via del refugio (1907), I colloqui (1911), Opere (1948) y Le poesie (1960) con prólogo de Eugenio Montale.
Es en la tradición turinesa donde se encuentran las raíces de la formación de Guido Gozzano, a partir de la lectura de Jammes, Maeterlinck, Damain y Verhaeren, lo que le posibilitó liberarse de su inicial dannunzianismo. Tuvo también una nada común experiencia: un viaje a la India en 1912 motivado por su anhelo de frenar su maligna tuberculosis; tal suceso quedará reflejado en su prosa –concretamente en sus cartas publicadas con el título de Verso la cuna del mondo, aún no estudiadas e interpretadas cabalmente– pero no en su obra poética.
Acertado en la elección de palabras y expresiones, tuvo el sano instinto de haber permanecido fiel a lo que era: un esteta provinciano y burgués, pero verdadero en sus perspectivas, además de haber rectificado en gran medida la atmósfera que instaurara D’Annunzio, asumiendo una sensibilidad de contenido crepuscular. Gozzano logró constreñir al máximo las innovaciones formales, cultivando un verso funcional y narrativo; fundó su poesía sobre una base psicológica pobre, aparentemente sumergida en tonos menores, pero verbalmente rica y festiva. Fue un hombre culto y plenamente conocedor de sus límites. Así lo resume Montale: “…él fue el primero de los poetas del Novecientos que logró atravesar a D’Annunzio para arribar a un territorio propio, así como en una escala mayor Baudelaire había sobrepasado a Hugo para generar las bases de una nueva poesía…”, y al resultado quizá pueda considerárselo modesto, pero revestido de una gran autenticidad.
LAS DOS CALLES
I
Entre orlas verde amarillas de innúmeras retamas
la bella calle montañosa descendía en el valle.
Y aquí en el lento olvido, rápido a la vista,
aparece una ciclista en lo alto de la cuesta.
Nos vino al encuentro. Descendió. “Señora ¡soy Grazia!”.
Sonrió en el encanto de su atuendo escocés.
“Tú ¿Grazia, la chicuela?”. “¿Me reconoce aún?”.
“Pero ¡claro!”. Y la señora besó a la muchachita.
“¡La pequeña Graziella! ¿Dieciocho años, ya?
¿La mamá como está? ¡Y te has vuelto hermosa!
La pequeña Graziella ¡tan traviesa y glotona…!”.
“Signora ¿se acuerda de esos años?”. “Y así tan bella
vas sin muchachos en la bicicleta…?”. “Es que…”.
“¿Nos sigues un trecho a pie?”. “Señora, con gusto.”
“¡Ah, espera. Te presento al abogado, un querido
amigo de mi marido. Te llevará la bicicleta…”.
Sonrió sin respuesta. Conduje por el ascenso
la bicicleta realzada con un gran ramo de rosas.
Y la astuta señora y la osada muchacha
animosas se movieron: la vida unió una a otra.
LE DUE STRADE
I
Tra bande verdigialle d’innumeri ginestre
la bella strada alpestre scendeva nella valle.
Ecco, nel lento oblio, rapidamente in vista,
apparve una ciclista a sommo del pendio.
Ci venne incontro: scese. “Signora: sono Grazia!”
Sorrise nella grazia dell’abito scozzese.
“Tu? Grazia? la banbina?” — “Mi riconosce ancora?”
“Ma certo!” E la Signora bacció la Signorina.
“La bimba Graziella! Diciott’anni? Di già?
La mamma come sta? E ti sei fata bella!
La bimba Graziella: cosí cattiva e ingorda!…”
“Signora, si ricorda quelli anni?” –“E cosí bella
vai senza cavalieri in bicicleta?…” –“Vede…”
“Ci segui un tratto a piede?” –“Signora, volentieri…”
“Ah ti presento, aspetta, l’avvocato: un amico
caro di mio marito. Dagli la bicicleta…”
Sorrise e non rispose. Condussi nell’ascesa
la bicicleta accesa d’un gran mazzo di rose.
E la Signora scaltra en la bambina ardita
si mossero: la vita una allacciò dell’altra.
UN REMORDIMIENTO
I
Oh el tétrico Palazzo Madama…
la noche… la multitud que ensombrece…
Vuelvo a ver la pobre cosa,
la pobre cosa que me ama,
la tan semejante a una
pequeña actriz famosa.
Recuerdo. Sobre sus labios contraídos
la voz se oyó apenas:
“¡Oh Guido! ¿Qué cosa te he hecho
de malo para hacerme esto?”
II
Esperando que estuviese desierto
atravesamos el portal, pero bajo
las arcadas se detenían las parejas
de amantes… Huimos al aire libre:
se le cayó el bello manguito
adornado con violetas dobles.
Oh conocido y deshecho perfume
de violetas y de petit-gris… (*)
“Pero Guido, qué cosa te he hecho
de malo para hacerme esto”.
(*) Ardilla siberiana
III
El tiempo que vence no venza
a la voz que me compunge
¡oh rubia y pobre cosa!
En el ojo azul de la pervinca,
y en el cuerpo menudo recuerda
a la pequeña actriz famosa…
Levantó el velo. Se oyó aún
(¡oh tan mísera en su gesto!)
“¿Qué mal te he hecho,
oh Guido, para hacerme esto?
IV
Atravesamos entre los baches
la Piazza Castello, con el rostro
azotado por el hielo más vivo.
Pasaban jóvenes alegres…
Tenía una pérfida sonrisa:
y sin embargo no soy un pérfido,
no soy un pérfido, si aquí me llora
en el deshecho corazón la voz:
“¡Qué mal te he hecho,
oh Guido, para hacerme esto!”
UN RIMORSO
I
O il teatro Palazzo Madama…
la sera… la folla che imbruna…
Rivedo la povera cosa,
la povera cosa che m’ama:
la tanto simile ad una
piccola attrice famosa.
Ricordo. Sul labbro contratto
la voce a pena s’udì:
“O Guido! Che cosa t’ho fatto
di male per farmi così?”
II
Sperando che fosse deserto
varcammo l’androne, ma sotto
le arcade sostavano coppie
d’amanti… Fuggimmo all’aperto:
le cadde il bel manicotto
adorno di mammole doppie.
O noto profumo disfatto
di mammole e di petit-gris…
« Ma Guido, che cosa t’ho fatto
di male per farmi così?”
III
Il tempó che vince non vinca
la voce con che mi rimordi,
o bionda povera cosa!
Nell’occhio azzurro pervinca,
nel piccolo corpo ricordi
la piccola attrice famosa…
Alzò la veletta. S’udì
(o misera tanto nell’atto!)
ancora: “Che male t’ho fatto,
o Guido, per farmi così?”
IV
Varcammo di tra le rotaie
la Piazza Castello, nel viso
sferzati dal gelo più vivo.
Passavano giovani gaie…
Avevo un cattivo sorriso:
eppure non sono cattivo,
non sono cattivo, se qui
mi piange nel cuore disfatto
las voce: “Che male t’ho fatto,
o Guido, per farmi così”
LA AUSENCIA
Un beso. Y está lejos. Desaparece
abajo en el fondo, allá donde se pierde
la boscosa calle que parece
un gran corredor en el verde.
Vuelvo a subir por aquí donde hace poco
vestía el bello traje gris:
vuelvo a ver el croché, las novelas
y cada sutil vestigio…
Me asomo al balcón. Abandono
la mejilla sobre la baranda.
Y no estoy triste. No estoy
más triste. Regresa esta noche.
Alrededor declina el verano.
Y sobre un geranio bermejo
agitando las crecidas alas,
pendiendo queda la enorme mariposa…
El azul infinito del día
es como una seda bien tensa;
pero sobre la serena amplitud
la luna piensa en el retorno.
La alberca fulgura. Se calla
la rana. Pero escapa un resplandor
encendido de esmeralda, de ascuas
azules: el martín pescador…
Y no estoy triste. Pero estoy
asombrado cuando miro el jardín…
¿asombrado de qué? Nunca
me he sentido tan niño…
¿Asombrado de qué? De las cosas.
Las flores me parecen extrañas:
sin embargo están siempre las rosas,
y también siempre están los geranios.
L’ASSENZA
Un baccio. Ed è lungi. Dispare
giú in fondo, là dove si perde
la strada boschiva, che pare
un gran corridoio nel verde.
Risalgo qui dove dianzi
vestiva il bell’abito grigio:
rivedo l’uncino, i romanzi
ed ogni sottile vestigio…
Mi piego al balcone. Abbandono
la gota sopra la ringhiera.
E non sono triste. Non sono
piú triste. Ritorna stasera.
E intorno declina l’estate.
E sopra un geranio vermiglio,
fremende le ali caudate
si libra un enorme Papilio…
L’azzurro infinito del giorno
è come una seta ben tesa;
ma sulla serena distesa
la luna già pensa al ritorno.
Lo stagno risplende. Si tace
la rana. Ma guizza un bagliore
d’acceso smeraldo, di brace
azzurra: il martin pescatore…
E non sono triste. Ma sono
stupito se guardo il giardino…
stupito di che? non mi sono
sentito mai tanto bambino…
Stupito di che? Delle cose.
I fiori mi paiono strani:
ci sono pur sempre le rose,
ci sono pur sempre i gerani…
LA SEÑORITA FELICITAS O LA FELICIDAD
10 de julio: Santa Felicitas
VI
Tú me has amado. En los hermosos ojos fijos
resplandecía un halago femenino.
Tú coqueteabas con sutil reparo,
tú querían gustarme, señorita.
¡Y más que toda conquista pueblerina
me complació tu querer gustarme!
¡Unir para siempre mi suerte a tu suerte
en la casa centenaria!
¡Ah! Contigo quizá, pequeña consorte
vivaz, transparente como el aire,
renegaría de la fe literaria
que hace la vida semejante a la muerte…
¡Oh esta vida de sueño estéril!
¡Mejor la vida ruda y concreta
del buen mercader conocedor de la moneda,
mejor andar vapuleados por la necesidad
pero vivir de vida! ¡Yo me avergüenzo,
sí, me avergüenzo de ser un poeta!
Tú no haces versos. Cortas las camisas
para tu padre. Hiciste segundo
año de clase; te han dicho que la tierra es redonda,
pero tú no lo crees. Y no meditas a Nietzsche…
Me gustas. Me harías más feliz
que una intelectual gemebunda.
Tú ignoras este mal que se aferra
en nosotros. Tu vives tus días con modestia,
toda feliz en tus ocupaciones.
Me gustas. Pienso que leyendo estos
mis versos tuyos, no me comprenderías,
y a mí me agrada quien no me comprende.
¡Y yo no quiero más ser yo!
No más el gélido esteta, el sofista,
sino vivir en tu aldea nativa,
sino vivir en la pequeña conquista
afanándose tranquilo y en olvido
como tu padre, como el farmacéutico…
¡Y yo no quiero más ser yo!
LA SIGNORINA FELICITA OVVERO LA FALICITÀ
10 luglio: Santa Felicita
VI
Tu m’hai amato. Nei begli occhi fermi
luceva una blandizie femminina;
tu civettavi con sottili schermi,
tu volevi piacermi, Signorina;
e piú d’ogni conquista cittadina
mi lusingò quel tuo voler piacermi!
Unire la mia sorte ala tua sorte
per sempre, nella casa centenaria!
Ah! Con te, forse, piccola consorte
vivace, trasparente come l’aria,
rinnegherei la fede letteraria
che fa la vita simile alla morte…
Oh! questa vita sterile, di sogno!
Meglio la vita ruvida concreta
del buon mercante inteso alla moneta,
meglio andare sferzati dal bisogno,
ma vivere di vita! Io mi vergogno,
sí, mi vergogno d’essere un poeta!
Tu non fai versi. Tagli le camicie
per tuo padre. Hai fatta la seconda
classe, t’han detto che la Terra è tonda,
ma tu non credi… E non mediti Nietzsche…
Mi piaci. Mi faresti piú felice
d’un ‘intellettuale gemebonda…
Tu ignori questo male che s’apprende
in noi. Tu vivi i tuoi giorni modesti,
tutta beata nelle tue faccende.
Mi piaci. Penso che leggendo questi
miei versi tuoi, non mi comprenderesti,
ed a me piace chi non mi comprende.
Ed io non voglio piú essere io!
Non píú l’esteta gelido, il sofista,
ma vivere nel tuo borgo natio,
ma vivere alla piccola conquista
mercanteggiando placido, in oblio
come tuo padre, come il famacista…
Ed io non voglio piú essere io!
HORA DE GRACIA
¿He nacido ayer que me apabullo
por el lanchón que huye, y me solazo
en el insecto adormecido en el estambre,
y en la hierba, y en las lisas piedras?
¿Y aquel toldo azul todo rayado
se llama “cielo”? ¿Y “monte” a este yermo?
Hoy mi corazón es el de un muchacho,
aunque las sienes ya se debiliten.
No así la voz del Infinito
ni jamás tampoco la verdad del Todo
sentí alzando hacia los cielos puros
la máscara del asombrado rostro.
“Nada se adquiere y nada se destruye:
¡oh eternidad de los futuros siglos!”
ORA DI GRAZIA
Son nato ieri che mi sbigottisce
il carabo fuggente, en mi trastullo
della cetonia risopita sullo
stame, dell’erba, delle pietre lisce?
E quel velario azzurro tutto a strisce,
si chiama “cielo”? E “monti” questo brullo?
Oggi il mio cuore è quello d’un fanciullo,
se pur la tempia già s’imoverisce.
Non la voce così dell’Infinito,
nè mai così la verità del Tutto
sentii levando verso i cieli puri
la maschera del volto sbigottito:
“Nulla s’acquista e nulla va distrutto:
o eternità dei secoli futuri!”