CRÍTICA: LIBROS “La longitud de mi infierno”, de MARÍA MARTA DONNET
“La longitud de mi infierno”-poesía-, de María Marta Donnet (Ed. El Mono Armado, Buenos Aires, 2018).
LA LONGITUD DE MI INFIERNO, de María Marta Donnet
¿Es la longitud la prolongación del sonido? ¿La cantidad de puntos que con forman una línea? ¿Es la distancia de un cuerpo ‘celeste‘ desde su constelación de origen? ¿O son los metros metros y metros en las líneas de sus manos que la Poeta anuncia en la Introducción del poemario?
El infierno, el sitio interior, inferior, subterráneo, ese punto que oscila en lo que subyace. La fragmentariedad disloca al infierno y desde ahí el yo infiere. El fragmento como recorte, fuga y hallazgo de lo que suspende. De lo subfrástico. Una topografía poética, territorio, lar, espacio donde el yo se exilia transita indaga sinfónicamente en una circulación elíptica, de antítesis. Concentración y despliegue de su textura músical. Traslada su destierro a una espacialidad que a la vez centraliza y expande. En esa errancia reside la manipulación rítmica. A la vez: espacio en movimiento enuncia Octavio Paz. Palabra en rotación.
En el Epílogo leemos: El destierro no tiene nombre/porque allí/ no sopla el viento.
Siempre extranjero en su ámbito (Derrida) porque ese yo desterrado indaga, siempre, el tiempo y el espacio que lo desborda. Y el desborde nos pone fuera de nosotros.
Poema XXXIX: No sé a qué le temo más/si a la muerte/o a no ser/Dios
El yo desterrado en búsqueda de su lengua, en persecución de su voz y de su propia extrañeza. Cómo nombrar el silencio en la especular cesura de la página, cómo provocar su desnudez, su pertenencia, cómo transitar el despojo y la invisibilidad del decir. La mudez y lo nutriente.
Poema XI: De no ser a ser/todo el silencio/ me pertenece.
Y el momento supremo (Bataille) se da en el silencio. El silencio, entonces:
¿La gran bocaza amorfa? ¿O la voz que busca la encarnación?
La poeta transita un peregrinaje de desacralización. Pérdida y aprendizaje. Despojo de vestiduras. Una voz emocional y reflexiva restituye el temblor primero del origen, la desgarradura de la identidad.
Poema XIX: Una criatura presa/ -desnudez y aparición -/es la inquietud / por lo sagrado.
Devela su desnudez en el deseo de agotar la pena. Desnudez y destierro. Ferocidad. Hambre o la agonía en la saciedad.
Poema XXVI. En una bandeja de plata/el hambre que me hiciste.
¿Cuál es la mesura del vacío? ¿La incerteza? ¿Los espasmos de la carencia, de la inercia, la molicie, la desazón del lenguaje? ¿O la insoportable inestabilidad del decir, la contienda que lo enriquece y que el yo convoca y escarba? En esa vastedad penetramos la oscuridad brillante del poema que migra en su demanda de luz, en su anhelo de circularidad con el lector.
Porque el poema se escribe se cose se borda se sutura en el cuerpo. Se remienda se reza el cuerpo del poema.
Poema XVIII: Voy a coser/al revés de ayer/ para no seguir huyendo.
El cuerpo/el poema como fragua. Consumo y escombro, semilla y disolución. Un laberinto de espejos donde la desmesura habita. El poema, el infierno, lo que infiere, el lugar de encierro por dentro. El infierno como fuego que comunica y la imposibilidad del decir. Espacio que el visitante deseterniza pero donde a la vez se espeja. Topografía de la pena, el desafío y la libertad. Calabozo abierto en una dinámica de evocaciones y epifanías. Poema XXXIII: Un laberinto de espejos/se traga mi alma/ abre el camino/ de la presunción/abre el camino/de la muerte.
LA LONGITUD DE MI INFIERNO comprende seis grupos de poemas y un epílogo, todo esto encuadrado por dos poemas, una suerte de voz en off, máscaras del yo poético que deviene susurro del autor que así se desmarca, enmarcándose. En los dos poemas del Epílogo nos suspende nos sustancia una voz ambigua que decodifica y al vez se secreta. El Epílogo recomienza el continuum de La Longitud. Este paradojal epílogo sugiere el renacimiento, la resignificación del espacio del poema.
F.I.N.: La longitud de mi infierno/ se acorta/ cuando rezo Avemarías/ en el Poema.
De la misma forma los epígrafes que van agrupando la serie del poemario anuncian a la manera de cajas chinas su myst, su develación como en las 1000 y una noches. Hasta aquí mi voz dice la poeta, aquí les dejo mi decir, o la suspensión de mi decir. El vacío y la plenitud, el encierro y el infinito en áreas sagradas y profanas, el rezo y el despojo, dios, el mito de dios, la humanización de dios, el arrebato y la voluptuosidad de la búsqueda y de la fuga. Les dejo mi voz, dice, en este agon, este escenario poético provocativo y conmovedor de la vida y la muerte.
Quiero terminar refiriéndome a este libro como miniatura, como cofre. El espacio que guarda el secreto. María Negroni (Pequeño Mundo Ilustrado) alude a Gastón Bachelard que estudió las miniaturas en su Poética del espacio como lugares felices o intimidades cálidas que favorecen las resonancias del alma. La inmensidad de lo íntimo y la intimidad de lo inmenso. Todo se confabula para inducir la poesía. Ese gesto del alma que inaugura una forma.
Edda Sartori
……………………………………………………. …………………………………………
Sobre LA LONGITUD DE MI INFIERNO de María Marta Donnet
María Marta Donnet ha escrito un nuevo libro de poemas. Desde él, o con él, elabora una coordenada propia que le permite hablar del infierno en términos mensurables. Todos hemos oído hablar de él en términos religiosos, laicos o meramente metafóricos. Pero es Ambrose Bierce, en su Diario del Cínico (luego Diario del Diablo) quien objeta con ironía toda percepción humana de semejante territorio. También afirma que cuando la llamada versión King James del Nuevo Testamento estaba en proceso de evolución, la mayoría de los piadosos sabios ocupados en la obra, insistieron en traducir la palabra griega Aidns (“Hades”) como “infierno”. Luego, narra Bierce, un concienzudo miembro de la minoría se apoderó secretamente de las actas y tachó la objetable palabra donde quiera la encontró. En la próxima reunión, el obispo de Salisbury, revisando la obra, se paró de un salto y exclamó, muy excitado: “¡Señores, alguien ha abolido el infierno!”
María Marta Donnet insiste, sin embargo, en acercarnos “La longitud de mi infierno“. Pero atención, no es el de los gentiles. Tampoco es el abolido en la versión jacobina. Se trata de SU infierno. Y a través de una serie de reflexiones poéticas breves introducidas por separadores y donde la espacialidad y disposición de los versos juega un rol vital, la poeta estructura un itinerario simbólico. Podemos así divisar su cifrada intervención que semeja una bitácora resumida en frases donde antítesis y paradojas operan su efecto: poesía en superficie y profundidad, destierro versus tiempos de siembra, ropas de fiesta y ropaje impuro, ausencia de sentimiento o remordimiento onmisciente, auténtico sabor de lo que se lleva a la boca: lo dulce y lo agrio, desesperanza y pruebas de fe , epílogo del descreimiento y el yo de una orante. Así avanzamos por este estado donde el yo poético se define como una fémina cuya inquietud y objetivo no siempre explicitado no será solo establecer la duración o extensión de ese, su propio sufrimiento, sino explorar la extensión y la profundidad del mismo. Véase entonces nuestra afirmación de que estamos ante una subjetiva delimitación cartográfica. Una intencionalidad que de ninguna manera mengua la síntesis que la poesía supone.
Van Gogh pinta su Noche Estrellada en medio de una tormenta de emociones. Fred Mercury compone su Rapsodia Bohemia añorando a su madre y a las puertas de una enfermedad terrible. T.S. Eliot redacta su The Wasteland / Tierra Baldía y se convierte a la fe anglicana. Podríamos apresurar conclusiones diciendo que es Occidente quien puja por demostrar que el arte más alto llega y crece siempre de una experiencia dolorosa. Pensemos en la creación como paliativo de Dostoievsky, el caos controlado de Pollock, el doliente gótico sureño de Tennessee Williams, la agonía poética de Wislawa Szymborska. O para ser más localistas, nombremos el pánico vital de Horacio Quiroga, la narración pictórica de los desencuentros en la pintura de Alberto Bruzzone, la desilusión del proceso inmigratorio de Armando Discépolo, el castigo de la demencia en Fijman. Todos, lejos de apartarse del mundo, reflejan su personalísima inmersión en un infierno. Por que cuál es ese infierno sino el que le ha tocado o toca habitar cada uno.
Donnet, es básico decirlo, conoce el destierro desde muy temprano y aprende a confiar más “en la espina cuando hiere” que ” en la rosa cuando sana”. Tras haber aprendido a nadar en las aguas del bautismo de la poesía, ésta es quien le ha permitido bucear sus profundidades y deslizarse en superficie. A partir de allí puede hacerse cargo de pisar descalza cada nuevo territorio que le ha tocado como renovada patria y donde, vestida de fiesta o con andrajos, radiante en su virginidad o impura en su esencia o apariencia, deberá sopesar el auténtico valor de la fe. “La sed no existe cuando alguien se desnuda”, afirma, aunque es consciente de que “cada piel duele diferente”. Jamás pierde esa niña que está tanto debajo como detrás de sus ojos. Y en épocas de desesperanza (ese color triste cuya sombra puede apagar el mundo , emerge la niña-mujer que aprende el valor de la oración. ¿Reza a su Dios? ¿Tiene un Dios? ¿Se reza a si misma? Ella dice que busca un dios que no empiece en el ombligo. Necesitará en todo caso un intermediario. Pureza e impureza, virginidad y preñez, atraviesan ese infierno que le ha tocado vivir desde temprana edad. No se tratará solo de despojarse de la ropa y, consecuentemente, de los modos impuros (“con ropa nueva viaja mi pecado”) sino de “morder”, “masticar” y luego digerir para discernir todo lo malo y lo bueno que le ha tocado en suerte. Lejos de caer en los subsuelos pizarnikianos y de la indisolubilidad de la tragedia lorquiana (autores a quienes nombra) Donnet encuentra su intermediaria ideal. Es mujer, es virgen, es madre. A ella se derivará el pedido de rescate que hará menos prolongado el infierno tan temido y acaso tan vivido. “La longitud de mi infierno se acorta cuando rezo Avemarías en el Poema”. Quizás suenen oportunos estos versos de Eliot citados al azar de su ‘Miércoles de Ceniza: “sé que el tiempo es siempre tiempo/ y que el lugar es siempre y solamente un lugar/ y que lo que es actual lo es sólo en cierto tiempo” (…) ” porque no espero volver una vez más/ porque no espero/ porque no espero volver…”
JORGE PAOLANTONIO
28 de noviembre de 2018.-