“SHURA PINA”, por Alicia Neira

Viviendo en Milán conocí a “Shura Pina, la portinaia”. La Señora Pina era portera de ese edificio centenario. Sabía mucho de todos. Nunca pude saber de Ella más que lo observable. Era una mujer sola, de aspecto distinguido y con tantos surcos en el rostro como la edad del tiempo.  Denotaba su estirpe en el andar por las escaleras, aunque limpiándolas, o por los pasillos recogiendo las bolsitas de los residuos. Hablaba de nuestras cuitas (1) con unos y otros, porque solía apoyar la oreja en las puertas. Por esto la consideraban una arpía.

Sin embargo, Shura Pina protegía a los vecinos. Cuando solía llegar la policía, nadie sabía por qué, pero siempre buscando a la Muchacha descarriada o al Joven travieso y Ella  de la manera más adecuada los hacía retirar impidiéndoles la entrada al edificio.

Extraña mujer a quién con frecuencia le escuchaba exclamar en su dialecto, pero murmurando ensimismada, “¡rob de mat!” (cosa de locos).

Con Ella conocí el exquisito aroma del  Rapé, que preparaba con esmero mezclando el polvo de muy buen tabaco con pimienta molida y canela, para luego deleitarse al aspirarlo.

Un día, todos buscábamos a  Shura Pina…

En su estrecha vivienda sólo quedó aquella heladera descompuesta, salpicada ahora de sangre.

Jamás supimos qué pasó.

(1) “cuitas”: circunstancia adversa, generalmente mantenida en secreto o comentada confidencialmente.