Néstor Perlongher o “La Desaforada Poesía”
Por Héctor Freire
“Vivimos ya un momento en que la cultura es también una segunda naturaleza, tan natural como la primera; el conocimiento es tan operante como un dato primario. El extremo refinamiento del verbo poético se vuelve tan primigenio como los conjuros tribales”
Lezama Lima
Neobarroca, heredera del espíritu corrosivo de José Lezama Lima, Osvaldo Lamborghini y Severo Sarduy, “la desaforada poesía de Perlongher” refleja las “auríferas pompas del barroco”.
En este sentido Néstor Perlongher fue un poeta insaciable, y creó un estilo muy propio que apodó “neobarroso”, donde paradojalmente se fundían los bucles barrocos y el barro del Río de la Plata. Perlongher nació en Avellaneda en 1949. En 1982 se licenció en sociología y se radicó en San Pablo en 1985, fue nombrado profesor en la Universidad de Campinas.
Trotkista, militante del Frente de Liberación Homosexual, seguidor de la religión del Santo Daime, Perlongher fue también, un agudo ensayista que supo profundizar en temas conflictivos como la Guerra de las Malvinas, Eva Perón y los desaparecidos. Su obra poética da cuenta de estos compromisos, como una experiencia íntimamente asociada a las radicales alternativas a las que nos somete nuestra época. Esta obra poética puede dividirse en dos partes: la primera contiene tres libros -quizás los más significativos-, Austria-Hungría (1980), Alambres (1987- Premio “Boris Vian” de literatura argentina) y Hule (1989). Esta “revulsiva” trilogía poética fue uno de los acontecimientos creativos más impactantes de la poesía rioplatense de los últimos veinte años.
La segunda etapa está marcada por la publicación del libro de poemas Parque Lezama (1990), y continúa con Aguas Aéreas (1990) y El Chorreo de las Iluminaciones (1992), donde los textos se vuelcan a la percepción del rito y a la exasperación de lo dionisíaco. La revalorización del lenguaje carnavalesco y de la escritura del travestismo. En síntesis, la poética de Perlongher, como la definiera el poeta uruguayo Roberto Echavarren en el prólogo a Poemas Completos (1997), es la del “enchastre” que sobrepasa los disfraces para revelar, no un original sino una intensidad transfigurada de los exponentes del lenguaje. “Rídiculo, Kitsch, humorístico, paródico y transgresor”.
Perlongher supera la vanguardia y recupera el mal gusto del modernismo.
Con Perlongher todo parece ser formulado nuevamente desde la raíz de las cosas, comenzando por los signos verbales mismos. Verbo poético que se vuelve tan primigenio como los conjuros tribales. Esta idea es central no sólo por lo que ella contiene en sí misma: vale decir, la visión que Perlongher tiene de la poesía. Lo es también, y sobre todo, por lo “barroco” y la desmesura de esa visión. Se trata, en efecto, de algo más que el derecho de existencia de la poesía; algo más incluso que el hacer volver al poema por sus antiguos fueros. Lo que está planteando Perlongher, es el predominio de un lenguaje blasfemo, delineado para desacralizar emblemas consagrados, venerados y amados por el sentido o lugar común más arraigado de la tradición poética. Su poesía es una “segunda naturaleza” no porque ella represente lo real como mayor riqueza. Si ella representa algo, lo es de sus propios poderes; su verdadero carácter es lo “incondicionado” y lo que Lezama Lima llamó lo “hipertélico”: siempre se libera de sus antecedentes y va más allá de sus propios fines. Perlongher, como Lezama creen, como Pascal, que la naturaleza se ha perdido y todo, en consecuencia, puede reemplazarla. Hay inclusive como la obligación de devolver la naturaleza perdida. De crear naturaleza, no de recibirla como algo dado. Su poesía, más bien, es “sobrenaturaleza”. No es sólo una manera de ver la realidad, sino de modificarla, de sustituirla. Así la poesía llega a ser un principio de libertad frente a todo determinismo de la realidad. Perlongher habla como nadie había hablado de lo inaudito. Por eso sus poemas ocupan un espacio entre lo que se puede decir y aquello de lo que no se puede oír hablar: un ejemplo contundente es su poema “Cadáveres”, escrito en un país que “eufemísticamente” habla de “desaparecidos”.
Palabras inventadas se unen con el argot de grupos minoritarios, el preciosismo barroco y modernista convive con el lenguaje más escatológico, y el código científico o filosófico nombra objetos imposibles y descolocados. Torsión sintáctica y mezcla de lo separado, donde ser preciso es ser extravagante. El poema como devenir, el poema como acontecimiento, el poema que “cuando no hay luz, emite la luz con que ve”.
Después de hacer un recorrido de lectura por toda la obra de Perlongher, podemos afirmar, que el trayecto de su poesía, registra, a su modo, el paradigma de varios momentos traumáticos de nuestra cultura más reciente: de la revolución de las costumbres de los sesenta y setenta al pánico del proceso militar, y de esa patética parálisis a la corrupción financiera, la soledad, la violencia urbana y el sida. La ironía, como una forma de ocultamiento de lo siniestro, enmarca esta problemática, donde los personajes de la historia no son ni héroes ni villanos, son apenas la oportunidad de jugar una broma trágica. La hibridez de su estética nace de la tensión de fuerzas encontradas, y hace de Perlongher una de los poetas argentinos más intensos, y a la vez un creador de sus propios lectores. El poema debe mostrar su proceder y presentar su propio movimiento como un desvío continuo. Por estructuras transversales, “empalar y empujar” parecen ser estos movimientos.
Y la corrosión de la vida como sendero de un viaje es uno de sus principales argumentos. Hacia el final de su producción y en relación con el sida, enfermedad que padeció (Perlongher murió en San Pablo el 26 de noviembre de 1992) y que lo obsesionaba por sus efectos sociales, el poeta hizo tanteos sobre el misticismo, el efecto de las drogas y el conocimiento de un más allá luminoso. Prueba de esta curiosidad insaciable por los límites, es el hermoso y memorable poema dedicado al padre Mario, cura de González Catán. Sus dotes mágico-curativas llevan a Perlongher a escribir una de sus últimas y más sentidas reflexiones poéticas.