La Llave de la Caverna
Poemas de Héctor Miguel Ángeli
(Seleccionados por el autor para “Generación Abierta”)
Héctor Miguel Ángeli
Nació en Buenos Aires en 1930. Fue docente y guionista de T.V. Educativa. En 1999 con el título “La gran divagación” reunió su obra poética iniciada en 1948 con “Voces del primer reloj” . Posteriormente publicó “Frutas sobre la mesa” (2007) y “La paralela” (teatro 2013). Entre otros premios recibió el Gran Premio de Honor de la Fundación Argentina para la Poesía, el de la Academia Argentina de Letras y el primer Premio Municipal.
Estación Banfield
Quisiera creer
que este camino entre paredes,
este siniestro túnel,
tan siniestro
que hasta deja caer la canción de un ciego,
es un paso perverso
hacia la liberación
hacia salidas
que sean por lo menos postales
de árboles con cielos,
de estrellas con flores.
Pero no, en la patética cueva
cruzada por el paso de los trenes
la difusa trama del delito y la miseria
asume la perseverancia de los rieles.
Estas manos que no llegan,
estos pies que no conducen
se multiplican en la sombría muchedumbre
y condenan
el café que tomo en el bar vecino
con azúcar blanca, muy blanca
y masitas muy, muy deliciosas.
A un pájaro muy lejano
Pájaro que estás en el cielo
y a las nubes pides gozo,
te llevas la espuma de los días
hasta un mar invisible
Sabes mucho del secreto pasado
y de este presente con poquísimo futuro.
Desde las alturas
me acompañas a bajar.
Oyes la melodía del cansancio.
Debo ya entregarme.
Es la hora en que el mar invisible
golpea la puerta de mi casa.
Pájaro que a las nubes pides gozo,
así como estás, contento de pasear
y así como estoy, excedido de mundo,
Te invito a morir.
La Cacería
Pero el ciervo alzó la cabeza
mientras caía el bosque en la bala.
Y más aún alzada,
la cabeza asumió el equilibrio.
Extraña duración en la que
todos
quisieron retornar al frenesí.
Para ponerme al día con el lenguaje
Soy un boludo.
Dos, tres, cuatro veces más boludo
que el que inventó
las palabras amor, paz, bondad,
justicia, verdad, comprensión,
belleza, libertad.
Más boludo que esos jóvenes
que a cada medio décimo de segundo
se dicen boludo
como si dijeran te quiero o te desprecio
en el mercado de las opiniones.
La espera del tiempo
gira, gira y gira
sobre nuestras cabezas
y nos va dejando tan invisibles
como una pulga
frente al milagro de la reproducción.
Y en ese milagro
soy también un boludo,
por eso quiero
ponerme al día con el lenguaje
y participar así de la destrucción
cuando advierto que hoy existo.
Agua Dulce, Agua Salada
Hemos pasado las fronteras.
El agua dulce es un cauce voluptuoso.
El agua salada resume la crueldad.
Lo salado y lo dulce
no es lo que nos gusta, sin embargo.
Nos gustan las fronteras.
Alguien dijo una vez: soy tuyo!
Y eso bastó para desintegrarnos.
Hoy somos demasiado,
tal como lo ordenó la Creación.
Por eso queremos ser uno
en el agua dulce y la salada.
La desobediencia es una parte del delirio.
Sobre el colchón del mundo
nos abrazamos hasta desbordarnos.
Por debajo de la cama
hay un fantasma gris
que no perdona la invasión.
¿El agua es dulce? ¿Es salada el agua?
Hemos pasado las fronteras.
La Golosina
Por la calle
compré una golosina
tan fresca y dulce,
tan alegre y vana,
que Dios vibró en ella
como María
al final de la serpiente.
Dije Dios.
Por primera vez
pronuncio ese nombre,
vasto y confuso
como un ruido de máquinas
al sol.
“Vera Cella Di San Bernardino Da Siena”
así informaba una puerta en Fiésole)
En hondura
solo en hondura
cupo el hombre que habitó la celda.
Conviene enumerar ciertos detalles:
la tabla, donde dormía
para creer en la Coronación de la Virgen
el brazo, alargado hasta la mesa
para conseguir la palabra de Dios
la calavera, puesta sobre la mirada
para reiniciar diariamente el trabajo
el sillón, única joya de su cuerpo sentado,
para captar la posición del mundo
constancias de muros y de rejas
para bajar sin prisa al Purgatorio
una ventana ingenua
para subir al Cielo
y su empresa más difícil:
una vara de lirios
para sentirse feliz.