Alberto Rizzo
Nos dejó un artista, un admirable ser humano
Por ADRIANA GASPAR*
Alberto Rizzo, un ser humano cálido, dotado de una humildad y generosidad quizá poco frecuente en los tiempos que corren. Un artista sensible a todas las disciplinas artísticas, en particular al cine, la literatura, las actividades circenses, más allá de su profesionalismo y vocación por las artes plásticas. La sabiduría de los momentos vividos, la experiencia, la honestidad en el quehacer artístico generaron en él un compromiso ético y estético con su obra, con su arte, igual que con la de sus contemporáneos.
Un estrecho vínculo con la literatura, con la poesía, aparece en el artista, una influencia inevitable seguramente debido al matrimonio que lo unió con la escritora y poeta Olga Reni, con quien concurría, desde los comienzos, al Café Literario “Antonio Alberti”, un lugar de encuentro de poetas y plásticos, un rincón en donde el arte goza en plenitud. Allí Rizzo estableció lazos afectivos muy estrechos con los organizadores del ciclo, como así también con el público concurrente. Hoy, con su desaparición física, su lugar ha quedado vacío, pero su alma y su espíritu nos seguirán acompañando con su presencia.
Alberto Rizzo, nació en Buenos Aires adquiriendo conocimientos de dibujo y pintura en la Asociación Estímulo de Bellas Artes. No tarda en convertirse en un trabajador incansable de la pintura, acrecentando posteriormente sus conocimientos en el taller del maestro Jorge Melo.
Participó de muestras de carácter nacional e internacional. Su obra se halla representada en colecciones públicas y privadas de Argentina, Pinacotecas de Colombia, Brasil, Francia, España, Italia, Estados Unidos y Japón entre otros países del mundo.
Desde su juventud el artista obtuvo premios y menciones en salones provinciales y nacionales, por ejemplo, en 1987 mención de Dibujo, Salón de Artes Plásticas APS; 1989 tercer premio Salón de Tango Ilustrado, Vicente López; 1990 Salón de Arte Sacro de Morón; 1991, tercer Premio Salón 50 Aniversario de Gente de Arte de Avellaneda; 1992, segundo Premio XVII, Salón Municipal de Artes Plásticas de Avellaneda, estos son algunos de los muchos premios otorgados.
En sus pinturas hay temas que fueron sus grandes pasiones: el Tango, los barrios de Buenos Aires y el circo, entre otros.
Una obra con paleta y trazo expresionista, un pincel que se desliza sobre el lienzo dotándolo de sensibilidad y expresión, un conjunto de formas y colores cobran vida en los cuadros de Rizzo, otorgándole un sello distintivo y personal.
Un artista polifacético, con una imagen nostálgica, sentida pero también sólida, envuelta por la luz, por cada partícula cromática que aparecen en sus figuras, sus cielos, sus horizontes.
Una pintura de conciencia y necesidad a la vez, basada en las emociones y la pureza cromática de lo gestual, son aspectos que caracterizan su producción.
Este recorrido por el arte lo ha hecho merecedor de elogiosos comentarios por parte de la crítica especializada. No podemos dejar de mencionar las palabras que Eduardo Baliari expresó en el Diario El Economista en diciembre de 1984:
“El artista ha sabido apoyarse en la resonancia de la música popular solamente para acudir a una reminiscente, más que histórica, situación que imbrica en un ambiente que le permite mantenerse en la dimensión espiritualmente plástica”.
Como dijimos en párrafos anteriores hoy Alberto Rizzo no se encuentra físicamente con nosotros, pero sí contamos con su presencia espiritual, que permanecerá como testimonio de su existencia en el mundo del arte.
*Adriana Gaspar: Licenciada en Artes Visuales.