De mujeres, amores y pasiones
Por ADRIANA P. LLARÍN
Pasión y locura, dos estados que aparentemente remitirían a tiempos de antaño; pero que están aun vigentes en nuestros días.
Si nos referimos a cuestiones que tienen que ver con el corazón; yo me pregunto en este siglo XXI, tiempo en donde los medios masivos de comunicación tratan de llenar espacios con temas banales, y las publicidades muestran lo que debemos poseer para estar dentro del sistema; ¿que cosas seriamos capaces de hacer y que precio deberíamos pagar por llevar a buen puerto un amor contrariado? …
Y si se tratase de una vocación… ¿Hasta donde llegaríamos y que cosas sacrificaríamos en pos de ese llamado?
Si nos propusiéramos viajar en el tiempo y mirar hacia atrás, quizás estos interrogantes podrían ser satisfechos por tres mujeres que hicieron tanto a nuestra cultura ciudadana, como a la universal, y descubrir así hasta donde fueron capaces de llegar, estas artistas que transitaron la segunda mitad del siglo XIX y parte del XX y que a mi forma de ver han sido emblema de la entereza y el valor.
Estas ninfas son Lola Mora, Camille Claudel y María Luisa Bemberg. Las dos primeras escultoras, tarea que había sido exclusiva de varones por mucho tiempo y aun hoy se considera como un trabajo pesado; ya lo decía Leonardo al referirse al trabajo de escultor en contrapunto con el de pintor “La pintura es de espíritus elevados, pues el pintor esta frente al atril en su taller limpio y ordenado, mientras que el escultor está rodeado de suciedad y polvillo constantemente”. En cambio, la última ha sido conocida por haber sido una destacada directora de cine entre otras cosas.
Dos de ellas como ya he mencionado; nacieron después de mediados del 1800, siglo que se caracterizó por el racionalismo. A pesar de estar en los umbrales de la modernidad, ambas en diferentes latitudes tuvieron que enfrentar problemáticas similares. María Luisa nació entrado el siglo XX, pero también enfrentó problemáticas parecidas a las antes mencionadas.
Lola Mora había sido bautizada como Dolores Mora de la Vega, y era la cuarta de los siete hijos de una familia, que si bien no era de las familias de alcurnia tenían una buena posición económica. En Tucumán brilló en sus estudios dando rienda suelta a sus inquietudes artísticas. En1887 llegó a oídos de Lola que un pintor europeo había arribado a Tucumán, este hombre era de origen italiano. Lola insistió en tomar clases en su taller, pero la posición económica que ostentaba en la niñez se había derrumbado con sus padres muertos. La joven y en consecuencia sus hermanos habían quedado a la deriva.
Santiago Falcucci (este era el nombre del maestro) quien al enterarse del talento de la joven, accedió a darle clases sin cobrarle; hecho que acarrearía comentarios maliciosos a los que Lola no les prestaría atención, pero sí Falcucci, que además de percibir el gran talento de su pupila, se percató del carácter fuerte y enérgico de la joven mujer. Lola se perfeccionaría con un estilo neoclásico romántico que la acompañaría hasta el final de sus días. Cuando Falcucci organizó una exposición, a sabiendas decidió no participar a Lola; pero la exquisitez de las obras de la alumna lo llevó a deponer su actitud, acto que traería consecuencias; la escultora finalmente participaría de la muestra y causó una vez más el corrillo de la sociedad, los críticos le aconsejaron que se dedicara al arte del bordado. Podemos imaginar el sentimiento de esta jovencita, quien aun así no se dejó doblegar y al año expuso una serie de retratos de gobernadores de la provincia de Tucumán que fueron llevados a cabo con una exquisitez tal que la provincia le pagó $5000 por todos ellos. Con ese dinero mas la venta de las tierras que le pertenecían emprendió el viaje a Buenos Aires, para solicitar una beca y así viajar a Europa a perfeccionar su arte. No debemos olvidar que la generación del 80, fue característicamente reconocida como la de los artistas viajeros ya que todos ellos viajaban a Europa para afinar su técnica. Pero en este caso el hecho era que este Artista era de sexo femenino; mucho se debatió en el congreso, hasta que finalmente y gracias a un hombre influyente y de poder en el gobierno, Julio Argentino Roca, se le otorgó el dinero para que continuara sus estudios con el maestro Michetti en Italia. Este nuevo maestro la sometió a duras pruebas, para luego rendirse ante su talento. Al reconocer la excelencia de su obra le aconsejaría tomar clases de escultura y fue entonces cuando Lola se enamoró de las formas en mármol y arcilla. De a poco empezó a modelar en yeso, cerámica, bronce, piedra, para redescubrir su vocación y no abandonarla nunca más. Lola escultora, despertaba sorpresa y admiración, pero también enojo y molestia, la sociedad argentina en principio había escuchado de esta señorita de casi treinta años que había viajado a Europa sola; para perfeccionar su técnica; pero no sabía nada de la Lola exitosa que había ganado importantes lauros en el otro continente. Ella recibía encargos de las clases acomodadas europeas, que llenaban las manos y las arcas de la artista de dinero, convirtiéndola de este modo en una mujer independiente rodeada de hombres, cosa que resultaba intolerable para la sociedad conservadora del Río de la Plata que la veía como una prostituta. En Europa triunfaba y la frecuentaban miembros de la realeza y lo más excelso de la sociedad, pero en Buenos Aires no ocurría lo mismo, con esa tucumanita que con sus ayudantes italianos se empeñaba en armar esas figuras escandalosas y además tenía la ocurrencia de donar esa fuente incomprensible.
En este punto me parece oportuno recordar las palabras de Meret Oppenheimer (artista surrealista):
“Los artistas llevan la vida que más les place sin que nadie diga nada; pero cuando es una mujer quien lo hace todos se asombran”
Aun así Lola insistió en dejarle a su país, uno de los más maravillosos objetos escultóricos que se conocen como es “La Fuente de las Nereidas”, mejor conocida como la fuente Lola Mora, que recorrió diversos lugares, hasta que encontró su emplazamiento final.
Soñadora como pocas Lola nunca se dejó doblegar, ni siquiera ante el rechazo y el repudio de sus mismos compatriotas por ejercer un trabajo que tal vez estaba destinado al sexo masculino, pero con la delicadeza que sólo una mujer le puede aportar. Lola dejó todo y fue detrás de su vocación, sufrió el peor de los castigos por pensar y actuar distinto de lo que la sociedad y las costumbres de la época indicaban a su género, fue calumniada y su obra fue vapuleada, pero aun así hasta el ultimo de sus días, anciana, débil y vulnerable siguió sentada en un banco de plaza frente a su hermosa fuente, su obra.
No recibió ni un peso por los hermosos monumentos y las piezas escultóricas con que la nación adornó los paseos públicos, murió en la indigencia total pidiendo que le permitieran salir a trabajar el mármol a su jardín, nunca pudo disfrutar de la pequeña pensión que por su aporte a la cultura de nuestro país, el gobierno de turno le había otorgado; ya que falleció antes de poder recibir un solo centavo.
Para Camille Claudel la historia no varió demasiado, desde niña mostró condiciones para la plástica; su padre que la apoyaba y adoraba reconociendo y respetando las condiciones de su hija y aun ante la negativa familiar; con gran sacrificio montó un estudio en Paris y a la escasa edad de dieciocho años hizo que la niña viajara a esa ciudad mediterránea desde la campiña Francesa. Pero en Paris la esperaría lo que sería el anuncio de su final; que daría en llamarse Auguste Rodin, para ese entonces ya un escultor famoso que contaba con 42 años de edad, y llevaba en convivencia casi la edad de Camille con la que era madre de su único hijo y posteriormente su esposa. Llegado a oídos de Rodin los comentarios de que una jovencita con inmensas condiciones había llegado a Paris decidió ir a conocerla, después de visitar su atelier la tomó como alumna en su taller, pero en realidad sus intensiones eran otras; pues había quedado prendado por la belleza de Camille y lo que aun era peor, admiraba su talento. Para este hombre de mediana edad la joven de veinte años pasó a ser su musa inspiradora; el estaba vacío, había perdido la inspiración, la llama creativa y supo al instante de conocerla que ella se la devolvería; la convertiría en su modelo y amante. Clarissa Pinkola menciona en su libro Mujeres que corren con lobos:
“Todas las criaturas deben comprender que existen depredadores. Sin este conocimiento, una mujer no será capaz de transitar con seguridad su bosque sin ser devorada. Entender al depredador es volverse un animal maduro que no es vulnerable por ingenuidad, inexperiencia o tontería.
Una persona predatoria abusa del juego creativo de una mujer, tomándola para su propio placer o uso, dejándola en blanco y preguntándose que sucedió, mientras que ellos mismos se vuelven de alguna manera mas vigorosos y robustos”.
Rodin era “el depredador” de Camille; era despótico y egoísta con ella y nunca le daría la participación que merecía en su taller, ella aprendía rápidamente y llevaba a cabo los trabajos que posteriormente el firmaría. Nunca accedió a desposarla, es mas la persuadió para que abortara cuando quedo embarazada. Fue entonces cuando Camille decidió abandonarlo y se recluyó, en la soledad de su taller. Él desesperado trató de propiciar un encuentro al que ella nunca respondió.
Con el corazón hecho añicos y de manera paulatina, esta joven fue perdiendo poco a poco la relación con la realidad. Encerrada y rodeada de gatos, destruía las bellísimas esculturas que sus finas manos habían creado. Se quedó cada vez más y más sola y llegó a perder a la única persona que la protegía y en donde ella encontraba refugio: su padre. La ira de una madre represora y vengativa que quizás no le perdonó la relación y el sentimiento que unían a padre e hija, convenció al hermano de Camille (otra persona que la adoraba) a que firmara los papeles de internación en un manicomio; la fueron a buscar y la encerraron; con la estricta orden de nunca permitirle recibir visitas ni intercambiar correspondencia. El doctor Truelle en el primer día de internación diagnosticó:
“Manía persecutorio y delirios de grandeza; se creía victima de los ataques criminales de un famoso escultor”.
Pasó los últimos treinta años de su vida en esa institución, en total aislamiento y abandono. Ese fue el precio que Camille tuvo que pagar. Fue víctima de una familia ingrata y de una sociedad misógina y envidiosa que no supo o no quiso comprenderla.
La historia de María Luisa Bemberg no difiere mucho de la de Lola Mora y Camile Claudel, en cuanto a las dificultades que por ser mujer tuvo que atravesar en la vida. Nació mientras transcurría la década de los locos años 20 en el seno de la poderosa familia Bemberg; fue educada en una familia patriarcal, las niñas de la familia no recibieron educación formal, mientras que los varones tuvieron acceso a las universidades mas prestigiosas de Europa, ella cumplió con los estamentos que le imponía la crianza y la época; contrajo nupcias a los veintidós años con un arquitecto con el cual tuvo cuatro hijos y del cual se separaría diez años después. Solía decir que no le bastaba con haber tenido cuatro hijos. Buscaba otros derroteros que le dieran sosiego a su espíritu, fue empresaria teatral, militante feminista y escritora. Cuando la vida la premió con la llegada de los nietos, incursionó en el cine asistiendo a clases en el Actor’s Studio de New York bajo la tutela de Lee Strasberg. Cada una de sus películas contiene cierta reminiscencia autobiográfica.
Fue una trabajadora infatigable, supo imponerse a los estamentos que la sociedad le imponía, cuidando el rol de madre y abuela dedicada, abrazando una carrera y llegando a obtener grandes lauros cuando rozaba el otoño de su vida.
Dio redención a todas las mujeres que la antecedieron y que por seguir los designios que sus espíritus les marcaron tuvieron un final trágico y dejó como legado para las generaciones futuras que siempre, siempre, hay que correr detrás de los sueños.
Como Matisse cuando dice:
“Me confundo con la tela como una bestia con lo que ama”.
Él describe muy bien el sentimiento que embarga al artista durante el momento creativo. Este sentimiento seguramente fue el que embargó a estas grandes, valientes, bravías mujeres, que aun cuando la comunidad les fue hostil, se revelaron no aceptando los estamentos que se les quería imponer, floreciendo firmes y creativas, respondiendo a “el hambre del alma” que las hizo bailar, reír y brillar muy, pero muy cerca de las puertas del infierno.