Artes visualesMediosUltimo número

Cine – La Trinchera del Logos

Por  MAXIMILIANO GONZÁLEZ JEWKES

 

 

Al abandonar su autonomía, la razón se ha convertido en instrumento. […] Su valor operativo, el papel que desempeña en el dominio sobre los hombres y la naturaleza, ha sido convertido en criterio exclusivo. […] Las nociones se han convertido en medios racionalizados, que no ofrecen resistencia, que ahorran trabajo. Es como si el pensar se hubiese reducido al nivel de los procesos industriales sometiéndose a un plan exacto; dicho brevemente, como si se hubiese convertido en un componente fijo de la producción.

   Horkheimer, Max; La razón instrumental

 

Oppenheimer ha sido dentro de los estrenos del corriente año, una oveja negra respecto del modelo narrativo elegido para ella por Christopher Nolan, su director. Es una película basada en la novela American Prometheus de Kai Bird y Martin Sherwin. Pese a que en su estreno se comenzó a hablar en las redes del fenómeno Barbieheimer. Está claro que se trata de películas bien opuestas. Sin embargo tal fenómeno supondría el regreso del público masivamente a las salas. El tiempo dirá si es así o no.

      Es muy raro que hoy el cine opte por un relato profuso y complejo como el que presenta esta película. El beneficio que posee Nolan consiste en tener sello propio. Nadie le va a cuestionar el tipo de película que hace.

     Hace mucho que el cine industria ha optado por los mismos cliches de un espectáculo que tiende a estandarizarse cada vez más. En lo único que parece haber seguido cierta tendencia del momento este film, es porque es un biopic. Fuera de eso, es una película compleja, abrumadora y deslumbrante para cualquier espectador exigente.

    Lejos de la gramática remanida de los tanques probados de Hollywood: superhéroes, infantiles de un estilo estridente y efectista, musicales, etc, Nolan se apega rigurosamente al logos. Es decir, la película -que es también un film sobre la ciencia y sus paradojas- sigue un argumento que despliega razonamientos, diálogos jugosos y penetrantes, Imágenes que se acoplan al relato de manera lógica y no como meras efervecencias que suponen un guiño al espectador amante de efectos fáciles, donde la fascinación de la presencia icónica no requieren de una legibilidad correlativa.

Para comenzar, se trata de una película abrumadora, pero no por capricho del director: la vida de Oppenheimer fue abrumadora, el papel que le tocó jugar dentro del proyecto Manhattan, lo fue,  el modo en que lo manejó, el resultado de dicho proyecto y la ingratitud de quienes se beneficiaron con él y se olvidaron por completo de él cuando cae en desgracia, también lo fueron.  Es un hombre que parece haber vivido a gran escala.

     Todo lo que se dice, lo que se discute, lo que se piensa en la película converge a un efecto unitario (un poco como buscaba Poe en sus cuentos), que consiste en exhibir un relato complejo, imposible de sintetizar y cuya experiencia es necesaria para la comprensión de la situación que le tocó vivir al protagonista. Sin dejar nada afuera: los discursos, los efectos, las transiciones, las imágenes espectaculares, el sonido, etc. Y lo más importante: si intentamos contarla, enseguida sentimos que algo preciso se ha perdido. Es una película que debe experimentarse, una experiencia cinematográfica.

     En ella se combina todo: la ciencia, las parejas, el sexo, las rivalidades, las tensiones, la lucha por la comprensión del propio proyecto, la soledad, la lealtad, la traición, el pasado maccartista vergonzante por lo menos para Nolan, donde se muestra hasta qué punto los fanatismos terminan por sepultar lo mejor de un hombre.

Pero el hilo conductor imprescindible es el relato, no podemos perder pie en él, aquí es donde el logos se impone, pues se trata también de un relato científico, un relato plagado de razonamientos en torno a las ciencias duras, para las que lo histórico ha jugado desde luego, un papel decisivo. El logos, y no las imágenes sueltas, los alardes interpretativos aislados, o determinados momentos climáticos, no. La trama como un puzle a desenredar que busca, un poco como El Ciudadano con Charles Foster Kane, el kid último que defina al protagonista, sin hallarlo desde luego.

En un principio Robert Oppenheimer (Cillian Morphy) es un estudiante que trabaja con el físico experimental  Patrick Blackett (James D´arcy) en el laboratorio de Cavendish, y con quien está molesto. Le deja una manzana envenenada a su alcance. Luego descubre que el físico danés Nihls Bohr (Keneth Branagh) está a punto de comerla y lo evita. Después terminará su formación en la universidad de Gottingen en Alemania, donde entra en contacto con Werner Heisenberg (Mathias Schueigofer). Bohr y Heisenberg son los creadores de la física cuántica.  Regresa a EEUU con la esperanza de expandir su saber sobre la física cuántica. Conoce a su esposa Katherine Puening (Emily Blunt), bióloga y ex miembro del partido comunista y a su amante Jean Tatlock (Florence Plugh) también comunista, y que terminará suicidándose. Es en este contexto en que conoce al general Leslie Groves (Matt Damon), quien se encarga lo recluta y controla a la vez para el proyecto Manhattan, después de que Oppenhaimer le asegura no tener simpatía por el comunismo. El general Groves  alberga sus dudas al respecto. Siendo judío teme que los alemales obtengan una bomba atómica antes. Habiendo conocido a Heisemberg, sabe que es muy probable que lo logren. Discute incluso con Albert Einstein (Tom Conti) , que ya reside en los EEUU sobre la posibilidad de crear ese tipo de arma nuclear, Einstein lo alerta al respecto. Una vez rendida Alemania, algunos científicos dudan de la continuidad del proyecto, sin embargo la orden de Truman es seguir adelante. El frente Pacífico aún no ha caído. La prueba Trinity se lleva a cabo justo antes de la Conferencia de Postdam,  que supuso el encuentro de Stalin, Churchill y Truman, donde se planteó la división de Alemania y una serie de acuerdos de posguerra.  El proyecto finaliza y se concreta en los bombardeos de Hiroshima y Nagasaki, cuyos resultados devastadores se recuerdan hasta el día de hoy. De esta manera Oppenheimer se convierte en el padre de la bomba atómica. Viendo el resultado en ambas ciudades japonesas, el científico se preocupa por que proliferen este tipo de armas. Es más, sigue atentamente el desarrollo de la bomba de Hidrógeno. Se reúne con Truman para instarlo a la moderación con este tipo de armas, pero ya es tarde. Truman no lo escucha. En la lucha desigual entre la razón teórica y la razón instrumental, ha triunfado esta última, barriendo con todo reparo humano ante la destrucción a una escala nunca antes vista. A Truman le disgusta la desilusión de Oppenheimer y no lo vuelve a recibir. Comienza a generarse un debate al interior de la sociedad norteamericana sobre el uso de estas armas. Oppenheimer queda del lado de los pacifistas. Y esto lo vuelve vulnerable frente al Comité de Actividades Antinortemericanas que había liderado el senador Mc Carthy. Quien colabora activamente con este comité es Lewis Strauss (Robert Downey Jr) como presidente de la Comisión de Energía Atómica de los EEUU, que envidiaba ostensiblemente a Oppenheimer, pues ha hablado mal de él ante Einstein, y ha desestimado la exportación de radioisótopos que había sugerido. Strauss explota las relaciones de Oppenheimer con comunistas, dando la idea de que él mismo lo era. En una posterior investigación sobre el físico célebre, David Hill (Rami Malek) confirma la animadversión que Strauss siente por Oppenheimer.

    El relato es el que sigue ese hilo racional, de la racionalidad pura y dura de la ciencia y se entronca con los esfuerzos por obtener un resultado. Sin embargo, el objetivo va más allá de esa racionalidad. Se inclina -como diría Einstein- a la instrumentalización de esa razón teórica, cuyo entusiasmo obnubila la terrorífica dimensión práctica que comprende el proyecto. En tal sentido, Nolan nos muestra a un Oppenheimer tan inmerso en el proyecto que cuando efectivamente tiene éxito, toma cabal conciencia de lo que ha dado a luz: una de las peores armas gestadas en el siglo XX. La larga secuencia del festejo en Los Álamos por el éxito de la prueba, dan muestras de esta conciencia trágica a partir de este momento que habitará al científico hasta el fin de sus días. El sentido del pensamiento está en su instrumentalización, el pensamiento en sí no interesa a nadie, no sirve para nada, más que para volver viable aquello que los poderes ansían obtener. Una vez obtenido, sus gestores desaparecen como fantasmas a los que nadie ya escucha.

    Finalmente en 1963 Oppenheimer es rehabilitado otorgándosele el premio Enrico Fermi. Sin embargo la culpa persigue a Robert y se pregunta si su prueba en Los Álamos había creado una reacción en cadena que llevaría a un holocausto nuclear.

    La vida de Oppenheimer queda inserta dentro de una lógica que es justamente la de la razón instrumental. El propio Oppenheimer termina siendo instrumentalizado por Truman  cuando éste lo va a ver para advertirle sobre el peligro de una escalada atómica y advirtiéndole acerca de la bomba de hidrógeno. La maquinaria imparable de esa monstruosidad racionalista que tan bien habían avizorado algunos pensadores y artistas durante el siglo XIX había sido echada a andar. Nadie pensará en Truman cuando se piense en la carrera atómica, sino en Oppenheimer. Por eso en este film, Nolan le hace justicia al destacado científico norteamericano y señala la miseria humana de Truman.

Deja una respuesta